Esta fiesta solemne nos lleva a contemplar la presencia real sacramental del señor Jesús, que se hace también para nosotros comida y bebida, cada vez que celebramos la Santa Misa. Nadie duda de la presencia real sacramental del Señor en las especies del pan y el vino que por las palabras de la consagración pronunciadas por el que preside la celebración eucarística estos dejan de ser pan y vino para ser para todos alimento y bebida que dan vida eterna, cuerpo y sangre de Nuestro señor Jesucristo.

Entre otras cosas celebrar fiestas, busca llamar la atención sobre algún hecho que es importante y que se debe guardar memoria de ello, en este caso recordar que lo que comemos y bebemos en la misa son el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Pero la celebración de esta fiesta solemne no debe hacernos descuidar aquella otra presencia real del señor en la humanidad de cada uno de los que nos rodean, sino recordemos sus palabras “…Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicieron…”. Tal vez sea tiempo de crear una fiesta solemne para esta presencia real del Señor en cada uno de los más pequeños, hermanos los llama el Señor, tal vez para recordarnos que el Hijo de Dios se hizo hombre como nosotros para salvarnos. Ya algo se va avanzando en esta línea con la celebración en el domingo XXXIII del tiempo ordinario LA JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES.

El evangelio de este domingo nos presenta al señor Jesús hablando con los judíos a quienes les hace una afirmación y esta tiene que ver con su identidad pues les dice “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” además esta afirmación, está en relación al “Maná” del que han hecho referencia momento antes los judíos “nuestros padres comieron el maná en el desierto…” y es que hay una gran diferencia entre uno y otro alimento, el comido en el desierto no da vida eterna, el que el ofrece si da vida eterna, por eso seguidamente a la afirmación sobre su identidad les da a conocer cuál es la consecuencia de comer “el Pan vivo bajado del cielo” y esta es que “vivirá para siempre” e identifica el pan que Él da diciendo que “es mi carne”.

El Señor Jesús va más allá cuando asegura que para tener vida eterna y participar de la resurrección hay que comer su carne y beber su sangre ya que su carne es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida.

La afirmación que hacía al inicio del evangelio de este domingo “Yo soy el pan vivo bajado del cielo” se complementa ahora cuando relaciona el comer su carne y el beber su sangre con el hecho de habitar en Él y que Él habite en quien lo comió y es por eso que es posible vivir por Él.

Termina el señor Jesús haciendo la diferencia entre el alimento del desierto y el que Él ofrece “Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

Pero debemos tener presente que todo esto empezó cuando el Señor les pedía a los judíos que “trabajen no por un alimento que perece sino por un alimento que dura y da vida eterna” y ante la pregunta de “¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios?” el Señor Jesús les responde que “la obra de Dios consiste en que…crean en aquel que Él envió”

De allí que para comer el cuerpo y beber la sangre del Señor primero se debe reconocer como el enviado del Padre.

 

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