En el marco de Adviento, tiempo de conversión, esperanza y alegría, celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Quien mejor puede ayudarnos en este camino de peregrinaje hacia la encarnación del Señor es, sin duda, la Virgen María, la Madre de Dios y Madre nuestra, Inmaculada desde el primer instante de su concepción, la criatura que es apertura a los designios de Dios, discernimiento y profundización de sus designios, ojos limpios, abierta al discernimiento de los planes de Dios, humilde y sencilla doncella de Nazareth.

Al mirar a la Virgen María, en su Inmaculada Concepción, nos llenamos de belleza, de alegría y esperanza. Ella es la figura más lograda del Adviento porque la Inmaculada es el triunfo de la gracia sobre el pecado, de la misericordia y generosidad de Dios sobre nuestras miserias humanas.

Uno de los textos bíblicos más claros y conocidos en relación con la Virgen María es el pasaje de la Anunciación (Lc. 1, 26-38). El diálogo de María con el arcángel San Gabriel contiene toda una pedagogía de fe y de acercamiento progresivo a la aceptación de la voluntad de Dios. Ante el “fiat” de María, comienza en ella una nueva vida, llena de verdad y de gracia. La duda se transforma en confianza y fidelidad, las dudas, temores y llantos en alegría y felicidad. Las palabras del ángel turbaron en un primer momento a María pero como provenían de Dios se convirtieron en sentimientos y compromiso de admiración y de alabanza. María se pone en las manos de Dios y se siente libre, bendecida, sensible ante las necesidades de los demás.

Terminamos esta reflexión indicando algunas actitudes de María, de las muchas que nos sugiere su rica espiritualidad, para que las tengamos presente y practiquemos en nuestro peregrinaje hacia el encuentro con el Señor desde el ejemplo de su Madre y la nuestra.

María es modelo de todos los creyentes porque nos ofrece en su vida la victoria:

· La sincera apertura a la voluntad del Padre.

· La actitud de oyente a la Palabra de Dios por la fe.

· La oración desde el silencio y en comunidad.

· La alabanza en el sentido del Magnificat.

· La maternal solicitud para incorporar nuevos hijos a la comunidad eclesial.

· La actitud de ofrenda sacrificial por el pecado del mundo y por los pecados de los que pertenecemos a la Iglesia.

· La gozosa esperanza en medio de las dificultades de la vida.

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