Queridos hermanos:

Hermosa coincidencia la este domingo: segundo domingo de adviento y la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Hermosa coincidencia porque quien mejor nos puede enseñar cómo vivir el adviento es precisamente María. Ella mejor que nadie sabe lo que es esperar la venida del Salvador, sabe lo que es preparar el camino de su llegada, sabe organizar la vida para vivir una verdadera navidad. Los nueve meses que María llevó en su vientre a Jesús fueron un adviento bien vivido. Por eso, en un día como este en el que el calendario nos juega una hermosa pasada, aprovechemos para mirarla a ella, contemplar sus actitudes y aprender cómo se vive un auténtico adviento.

La solemnidad de hoy se llama “la Inmaculada Concepción”, y hace referencia al dogma de fe que dice que María fue concebida sin mancha de pecado original. Precisamente, “inmaculada” significa “sin mancha”. Recordemos que según lo que nos enseña la Iglesia, todos los seres humanos nacemos con la mancha del pecado original. Pues bien, por una gracia excepcional de Dios, María fue librada de esa mancha y, desde que sus padres la concibieron, fue pura y limpia. La Iglesia nos enseña también que ese privilegio de María se realizó en previsión a que iba a ser la madre de Jesús: Dios no iba a permitir que el vientre que iba a llevar a su Hijo tuviese algún vestigio de pecado, entonces preparó la “casa” en la que iba a vivir por nueve meses. ¡Hermoso detalle de Dios y gran honor el de María!

Ahora bien, a María no solo hay que apreciarla por haber sido concebida inmaculada. De hecho, esta gracia de Dios no se debió a ningún mérito de ella: fue un regalo exclusivo que ella recibió. Más bien, uno de sus méritos fue lo que hizo después con ese regalo. En efecto, María no solo fue concebida sin pecado original, sino que luego ella durante toda su vida se mantuvo lejos del pecado. El haber tomado la decisión de dedicar su vida a hacer la voluntad de Dios la mantuvo siempre en ese estado de gracia y de pureza. Esta decisión de María la vemos en la frase del evangelio de este domingo: “Yo soy la esclava del Señor; hágase en mí según su Palabra”. Es una hermosa manera que tuvo María de decirle a Dios: “mi vida te pertenece, haré lo que tú digas, solo quiero que tu voluntad se cumpla”.

Hermanos: la actitud de María frente a la voluntad de Dios es un ejemplo para todos nosotros, sobre todo en este tiempo de adviento. Quizá nosotros no tengamos el privilegio que tuvo María de haber sido concebidos sin pecado, pero no olvidemos que en nuestro bautismo se nos borra ese pecado original; así que, de alguna manera, todos los bautizados estamos en una situación similar a la de nuestra Madre: limpios del pecado original. El reto consiste en mantenernos siempre así: limpios, sin las manchas que el pecado ocasiona en nuestra alma, con la decisión de realizar en nuestra vida la voluntad de Dios. Ya María nos enseñó cómo vivir el adviento, cómo esperar y cómo prepararse para la llegada de Señor. No recibamos al Señor en un alma sucia, en un corazón desordenado. Más bien, preparémosle una “casa” que, aunque no brille como la de María, al menos esté limpia y sea agradable.

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