Si Dios viene, ¿por qué estar tristes?

Marquito, se llamaba un joven que al llegar cerca de su casa, se encontró con su amigo de la infancia llamado Iver que estaba literalmente sentado en el piso y cabizbajo. La pregunta para empezar el diálogo fue: “Iver, ¿cómo te va?, hace tiempo que no te veo”. Marquito se preocupó ya que su amigo Iver sólo atinaba en mover su cabeza de un lado a otro y en silencio. Cuéntame amigo, dijo Marquito a Iver, ¿por qué ese silencio? Él contestó: “no tenía a quién acudir, me pasó por la mente su figura por eso estoy aquí”. “Me siento triste, ¿sabes por qué? Nada me sale bien: mi esposa me dejó, mis hijos se han dividido, en mi trabajo me han dicho que me quedan pocos días para irme a casa, me han detectado cáncer a los pulmones, mi familia no me acepta, me quedé sin amigos, aún me quedas tú”.

“¿Quieres acompañarme a un lugar donde te voy a llevar?”, dijo Marquito. Bueno ya que no tengo qué hacer ni qué decir, lo haré. Marquito se esmeró y lo llevó a una pradera tan pero tan hermosa que Iver levantó la mirada y sólo atinó en decir: ¡cuánta paz se respira aquí!, ¡qué belleza tiene esta pradera! Ahora puedo pensar más tranquilo. Marquito le dio un fuerte abrazo y le dijo: Amigo alégrate porque Dios te ha hecho ese regalo!!!

Adviento es un tiempo para saltar de alegría y no tener miedo porque el Mesías viene: “Saltarán de alegría el desierto y la tierra reseca…digan a los cobardes de corazón: sean fuertes, no teman” (Is.35, 1-6ª.10). Iver, el joven de la historia, se sentía totalmente triste, hasta que Dios puso a un amigo en su camino para hablarle. Dios quiere salir a nuestro encuentro. Nuestro Papa Francisco dice: “Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (Evangelii Gaudium, n°3).

Y de verdad cuando nos dejamos abrazar por Dios, “habrá alegría eterna” dirá Isaías en esta primera lectura.

Pasa en nuestra vida que cuando ponemos nuestra alegría, nuestro corazón en las cosas temporales o pasajeras, nos podemos defraudar; pero sobre todo cuando pedimos a Dios algo y no vemos con los ojos físicos los resultados, peor. La paciencia es una virtud cristiana que nos invita a vivirla el apóstol Santiago: “tengan paciencia hasta la venida del Señor” (Stgo.5,7-10).

La paciencia nos da la certeza de que no estamos solos, que Dios no nos va a fallar, que siempre sale a nuestro encuentro para hacer que nuestra vida tenga sentido. Una voz, como una campana que resuena, debe darse también en este tiempo de adviento: “manténganse firmes”.

Para aquellos que piensan que nada tiene sentido o que no se puede hacer bien las cosas: “manténganse firmes”, firmes en la fe.

Una vez más Juan el Bautista aparece como personaje de este tiempo de adviento. La llegada de Jesús es la llegada del Mesías, por eso es que envía Juan el Bautista a sus discípulos de preguntar: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (Mt.11,2-11). Cuando Isaías, en la 1ra lectura dice que el Mesías, en persona “viene a salvarnos”, es porque es verdad. Hoy la buena noticia que recibieron y que causó alegría en los discípulos del Bautista fue: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan…y a los pobres se les anuncia el evangelio”.

Qué alegría saber que una vez más viene el Mesías a salvarnos, a llenar de esperanza este mundo, a redimir y a restaurar a la persona: a ti, a mí y a todos.

Jesús nos hace recordar a todos que: “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”.

¿Te animas a poner tu esperanza en Jesús que viene a salvarte también a ti?, ¿te animas a animar a otros para que se abracen a este Dios de la alegría?

Nuestras lágrimas tendrán sentido de esperanza y consuelo cuando miramos siempre al Señor, y abriéndonos a Él, dejamos que transforme nuestras vidas.

Si Dios viene, ¿por qué estar tristes?

Con mi bendición.

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