Hermanos, hemos iniciado el camino de la Cuaresma y nuestro propio tiempo cuaresmal que se emprende en la apertura del corazón y en la sinceridad de abrirnos al cambio y a la renovación de nuestra vida interior, para presentarnos  como auténticos caminantes por el desierto.

Todo tiene un significado, así el desierto es la imagen del pueblo que sale a la purificación comunitaria para darse cuenta si verdaderamente este tiempo, es un tiempo para conocer y aferrarnos a Dios. Es camino liberador, quizás sea una oportunidad para preguntarnos de qué podemos liberarnos en esta cuaresma, de qué esclavitud queremos ser liberados. Solo si comprendemos el sentido del desierto cuaresmal seremos capaces de dar sentido a nuestra propia vida.

Pero el desierto tiene sus climas muy curiosos: por la mañana es muy caliente, y allí es cuando verdaderamente queremos aferrarnos a alguna sombra o buscar agua para saciar la sed, y nos damos cuenta que esa realidad, nos lleva a buscar un único cántaro, “Señor dame de beber de esa agua, para que no tenga más sed”. La otra realidad es que de noche es muy frío, y aquí es recién cuando nos damos cuenta que necesitamos del calor de Dios y queremos que su manto caiga sobre nosotros.

Mirando el evangelio, el Señor es llevado al desierto para ser tentado por Satanás, para que en esas arenas el mal supiera que jamás podrá con aquel que tiene el bien como autentica verdad. Pero hermanos, muchas veces podemos convertirnos en pequeños embajadores del mal, porque queremos tentar y poner a prueba al Señor, queremos hacer un intercambio de cosas, queremos condicionar el obrar del Señor a cambio de nuestras conveniencias… Señor, tú me haces tal favor y yo te prometo tal o cuales cosas.

Hermanos, que en este camino cuaresmal  hagamos las cosas porque verdaderamente queremos cambiar, porque queremos ser llevados al desierto para que el corazón se ablande, para que nuestra vida adquiera un significado real, para que nuestro ser cristiano sea testimonio para otros. No llevemos nuestra vida al abismo de la mediocridad, hagamos de ella una vida luminosa.

No tengamos miedo de hacer el mismo camino del Señor. Que nuestra oración sea sincera, que nuestra limosna nos duela y que la penitencia cuaresmal nos haga sangrar el corazón de puro amor.

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