Conversión: Invitación y Exigencia

“Yo soy así y nada ni nadie me va a cambiar”, “así soy y así moriré”, “para qué cambiar…yo no necesito hacerlo”. Estas y otras frases se pueden escuchar cuando nos tocan en aquello que nos cuesta superar.

Hace unos días atrás iniciábamos un tiempo tan especialmente hermoso que se nos dice que es un TIEMPO FUERTE DE GRACIA Y DE CONVERSIÓN. Se nos hacía recordar con la imposición de la ceniza que nuestra vida es: caduca, perecedera, temporal, pero siempre necesitada de Dios, por tanto no podemos nada sin Dios. Nuestra vida depende de Dios.

Noé recibió un mensaje de Dios que hizo recordar al pueblo para que sepa que no está solo, y que les da señales de ese amor incondicional; y todo esto desde la óptica de la alianza: “el diluvio no volverá a destruir la vida…pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra” (Gen.9,8-15).

¿Queremos señales de la presencia de Dios para poder cambiar de camino?, ¿queremos “ver” a Dios y poder creer para cambiar nuestra vida?, ¿necesitamos acaso “exigirle” cosas o acontecimientos favorables para convertirnos?, ¿qué está pasando con nuestra vida entonces? A veces le pedimos a Dios, pero no nos exigimos a nosotros tanto o más de lo que le pedimos.

Es fácil escuchar “otras voces cristianas” que con qué convicción dicen: “Jesús me ha salvado”, “Jesús me ha rescatado de tal cosa”, “gracias a Jesús soy una persona nueva”…a veces hasta eso nos puede dar una sana envidia. ¿Por qué no podemos decir eso nosotros? San Pedro, en esto lo tiene bien claro: “Cristo murió por los pecados de una vez y para siempre: el inocente por los culpables, PARA CONDUCIRNOS A DIOS” (1Pd.3,18-22). ¿Cómo va mi relación con Dios?, ¿dejo que él transforme mi vida?, ¿dejo que él me la cambie completamente o pongo excusas para que él no habite en mí?

Cuaresma es un tiempo para dejarse llevar por el Espíritu de Dios en nuestra vida. En el evangelio de hoy Jesús se deja llevar por el Espíritu:”En aquel tiempo, el Espíritu llevó a Jesús al desierto” (Mc.1,12-15). Desierto, por un lado, puede significar lugar de encuentro con Dios, es apartarse “del mundo” para escuchar siempre la voz de Dios; pero, por otro lado, lugar donde es fácil caer en el pecado, lugar de sequedad, hasta puede significar un sin sentido en la vida. ¿Cuántas veces nos dejamos “atrapar” por el Espíritu de Dios en nuestra vida o por el espíritu del “mundo”?

Pero debe resonar en medio de ese desierto la voz de Jesús que dice: “Conviértanse y crean en el evangelio” (Mc.1,15). Cambiar de manera de ser, de pensar, de hablar y de actuar es todo un reto permanente. Por eso es que conversión debe significar: un cambio radical, profundo y permanente de nuestra vida. No debe haber excusas para cambiar y que eso se note, no es suficiente decirlo.

¿Te animas?, ¿nos animamos a cambiar de verdad?

Conversión: Invitación y exigencia.

Con mi bendición.

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