CONFIAR CIEGAMENTE EN DIOS

Al leer y meditar estas lecturas de hoy domingo, me ponía a pensar: “¡cuánto nos cuesta confiar ciegamente en Dios!”. En más de una ocasión me encontré con varias personas para conversar justamente de la necesidad de confiar ciegamente en Dios (cf.Mc.9,23; 5,36; Jn.14,1). Y sale siempre las dudas: Pero Padre, ¿cómo confiar ciegamente en Dios si todo me ha ido mal? ¿Cómo puedo confiar en mi Dios si me quitó (si se lo llevó) a tal o cual ser querido? ¿Cómo me pide que confíe en Dios si mi vida está destrozada?

Samuel y David en la 1ra lectura (1Sm.16,1b.6-7.10-13ª), y el ciego de nacimiento del evangelio de hoy (Jn.9,1.6-9.13-17.34-38) nos enseñan que realmente vale la pena confiar en Dios en medio de la adversidad o de la tempestad. Samuel sabía que David era una persona en la cual nadie confiaba, y David, era un hombre pequeño, que solamente cuidaba ovejas y confiaba siempre en su Señor. Samuel entendió de que obedeciendo a Dios, podía agradarle (uno de los requisitos para abandonarse en Dios): “Levántate, úngelo es este…y lo ungió en medio de sus hermanos”. Cuando hay apertura, docilidad, obediencia, sencillez, humildad podemos llenarnos del Espíritu del Señor: “En aquel momento, invadió a David el Espíritu del Señor y permaneció con él en adelante”. Samuel obedeció a Dios y logró que David se llenara del Espíritu del Señor.

Cuaresma, es un tiempo para confiar y obedecer ciegamente a Dios. ¿Te animarás? ¿Nos animaremos a hacerlo? El Salmo 23,4 como respuesta a la 1ra lectura dice: “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque Tú vas conmigo”.

Una vez, un joven fue enviado de misiones a un pueblo lejos de la ciudad. En medio de los cerros, la lluvia, el frío, juntos a otros jóvenes decidieron caminar para llegar a un pueblo a ellos encomendados para predicar la palabra de Dios. Este joven, en medio de esa caminata de varias horas, sufrió un ataque de calambres a las piernas. Y al caerse, tuvo miedo, pidió ayuda a sus compañeros de misión. Aquel joven hizo esta oración: “Señor, esta es tu misión, tú nos has enviado aquí, en tu nombre yo me levantaré para ir a anunciar tu amor”. Al instante ese misionero se levantó y empezó a correr.

Cuando San Pablo habla de “caminar en la luz” (cf.Ef.5,8-14) es porque nos invita a rechazar toda actitud que no esté de acuerdo con el plan de Dios, para confiar en él. La bondad, la justicia, y la verdad son fruto de la luz. ¿Puedo seguir dudando de Dios? ¿Me daré el “lujo” de vivir siempre de espaldas a su amor? Hoy hay mucha gente que está en las tinieblas, y que invita a otros a estarlo, cuidado.

Todo encuentro con Jesús provoca: conversión, vuelta a Dios, sanación, fraternidad, dar testimonio de él, etc. El ciego de nacimiento, cuyo personaje aparece en el evangelio de hoy, se encontró con Jesús (Jn.9,1-41). Sabemos que Jesús, siempre actuaba y actúa con misericordia, se estremece hasta las entrañas por sus hijos no importando las dudas y cuestionamientos de su entorno, no importando el legalismo farisaico. Jesús le enseña al ciego a confiar obedeciendo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé. Él fue, se lavó y volvió con vista”. Su encuentro con Jesús produjo sanación, pero también ganas de comunicar (testificar como dice Hch.1,8) a otros lo que Dios hizo en su vida. Le tocó el mismo auditorio de Jesús, el ambiente de incredulidad que muchas veces se mete hasta en los ambientes eclesiales (“¿cómo puede un pecador hacer semejantes signos?”). Su encuentro con Jesús provocó confesar ciegamente su fe: “Creo, Señor”. El evangelio termina con una total adhesión a la persona de Jesús: “Y se postró delante de él”. ¿Seguirás desconfiando de Dios o harás tu acto de fe desde hoy y serás obediente a sus promesas? ¿Realmente deseas fiarte de Dios o no?

Cuaresma es un tiempo para confiar ciegamente en Dios.

Con mi bendición.

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