MARÍA SANTÍSIMA, MUJER DEL ADVIENTO

Muchas prisas, mucha propaganda navideña en la TV, radio, internet, redes sociales del ciber espacio, muchas chocolatadas en distintos lugares (aunque en menor grado que otros años), cuántas luces, cuántas guirnaldas, cuántos “papanoeles”, cuántos “trineos”, cuántos juguetes “modernos y bonitos”, muchos y muchos gastos…uff….la lista es larga de cosas que puedan estar “distrayendo” nuestra fe. ¿Cuántas de estas cosas me están abrumando? ¿Cuántos de nosotros nos estamos olvidando del misterio grande que estamos a punto de celebrar? ¿Cuántos de nosotros nos estamos alegrando de la llegada de Jesús? ¿No será el miedo, generado por la pandemia, que me pueda alejar de Dios y de su Iglesia?

El Rey David puede marcar una de las pautas de nuestra reflexión cuando le dice al profeta Natán: “Mira yo estoy viviendo en una casa de Cedro, mientras el arca del Señor está en una tienda de campaña” (2Sam.7,1-5.8b-12.14ª.16). ¿Habitará Dios en tanto ruido y propaganda? Dios jamás se olvida de nosotros, de cómo hemos crecido, de qué barro somos. Él hace recordar al Rey David, por medio de Natán que no se olvide de que Dios siempre está y estuvo a su lado, que él le protege de sus enemigos, que él hará que su pueblo sea grande. Dios siempre pone medios, personas o circunstancias para hablarnos y cuidarnos, como para encaminar mejor nuestra fe. Es que Dios es nuestro papá, que como hijos acudimos a Él en busca de ayuda y consuelo, de esperanza y fortaleza tan venida a menos en estos últimos tiempos.

¿Cuántas malas noticias recibimos o vemos o escuchamos a diario? ¿Verdad que muchas de ellas nos quitan la paz, la fe, el amor y la esperanza? ¿Somos de verdad portadores de buenas noticias o no?

María Santísima recibió una noticia alegre, una muy buena noticia, que no sólo alegró a Ella, sino que alegra y alegrará la vida de toda la humanidad: “No temas porque encontraste el favor de Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc.1,26-38). María estaba, está y estará siempre en el plan de Dios. La razón de por qué no tener miedo, en María, es: “encontraste el favor de Dios”. Esa tiene que ser nuestra propia motivación de cada día. Siempre encontraremos el favor de Dios en nuestra vida.

La Virgen, no se dejó llevar por el “mundo”, no se dejó atrapar por lo que no cuenta, por las cosas superfluas. Su miedo se disipó cuando escuchó una promesa de salvación: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Dios habita en ella. Ella se convirtió en un santuario de Dios, donde Dios siempre se siente a gusto de habitar en ella.

Adviento es un tiempo para escuchar buenas noticias, a pesar de las malas noticias; es un tiempo para escuchar siempre la voz de Dios, como María Santísima (Dios se vale de muchos “ángeles” para hablarnos). Adviento es un tiempo para llenarse del Espíritu como María Santísima que se dejó inundar del Espíritu Santo para preparar su vientre como el PRIMER PESEBRE SANTO donde albergó a Jesús, su Hijo muy amado.

El ángel Gabriel le anunció que iba a ser Madre del Salvador. Ella no cuestiono, no dudó, no fue indiferente. Simplemente aceptó. Su docilidad, humildad, apertura y sencillez le hicieron gritar con gozosa esperanza: “Aquí está la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra”. María es una mujer del Adviento. En ella se cumplen las promesas salvadoras de Dios porque fue, es y será la humilde servidora del Señor. ¿Podemos preparar el pesebre de nuestra vida para que nazca Jesús de verdad?

Con mi bendición.

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