El evangelio de hoy nos muestra el ejemplo de un hombre, Zaqueo, que se reconoce injusto y pecador pero tiene el coraje de acercarse a Jesús para corregir sus errores. Zaqueo siente necesidad de ver al Señor y Jesús le agradece el gesto acudiendo a su casa. Jesús, el profeta que rompe esquemas se acerca a un pecador, lo llama por su nombre y quiere hospedarse donde vive él. De esa conversación, amena, profunda y fructífera surgirá la conversión del publicano. A partir de ese momento su vida va a cambiar radicalmente. Ya no centra sus objetivos en la búsqueda del interés personal sino en la utilización solidaria de sus bienes. No buscará la felicidad en el tener más sin importar los medios sino en sentirse cercano y generoso ante las necesidades de los demás.

En esta parábola se dan diferentes pasos, todos ellos muy importantes, en el proceso de la conversión. En primer lugar hay que mostrar interés por descubrir y sentir la presencia del Señor. En muchas experiencias de nuestra vida tendremos la oportunidad de encontrar “árboles” que, como le sucedió a Zaqueo, nos sirvan de medio para ver al Señor que pasa a nuestro lado.

El segundo paso de la conversión es el encuentro con Jesús y la experiencia de sentirnos captados y seducidos por Él. Convertirse es dejarse arrebatar por Él e identificarnos con el ejemplo y testimonio que nos ofrece para que sea su presencia el compromiso y el horizonte de nuestro permanente accionar.

Finalmente, la conversión supone un cambio de vida, la transformación de nuestro interior, de nuestros valores, motivaciones, exigencias, objetivos, sentimientos… La experiencia del encuentro con Jesús, su conversión profunda, le impulsa a Zaqueo a una nueva concepción de vida fundamentada en una mirada de fe al Señor y en un compromiso solidario a los hombres y por eso es capaz de desprenderse de los bienes materiales porque todo está subordinado al efecto del amor.

Quien descubre a Jesús y se pone en camino de conversión queda necesariamente inundado de la verdadera alegría y paz interior. No perder oportunidades de encuentro con el Señor, transformar nuestro espíritu hacia su causa será el camino más seguro para vivir en compromiso nuestro ser y actuar como cristianos.

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