Queridos amigos

El relato del ciego Bartimeo (Mc 10, 46-52) es interesante por donde se lo mire. Para empezar digamos que es el único ciego de los curados por Jesús (Mt 9, 27-31; Mc 8, 22-26; Jn 9, 1-35) que tiene nombre propio, Bartimeo (=hijo de Timeo). Por alguna razón ya era famoso, pero se hizo aún más cuando Jesús lo sanó. Por el milagro, que fue súbito, por cómo Bartimeo luchó por conseguirlo, y por la gratitud que mostró, siguiéndole como discípulo. En su tiempo fue todo un acontecimiento, que se convirtió en emblemático. para todos los tiempos. También para nuestros días, en los siguientes aspectos:

Como hecho médicosocial, el ciego Bartimeo nos hace pensar en tantos millones de ciegos, sobre todo de cataratas, que con sólo un poco de ayuda estatal y social podrían ver. Como itinerario de conversión espiritual, nos remite a tantos “ciegos” al borde del camino de la vida, a lo mejor alguno de nosotros, que miran sin ver, hasta que un día Dios los toca y se deciden a salir de su situación acercándose a Jesús. Como fruto de misión (Ad Gentes y de Nueva Evangelización), pues la iluminación que recibe el ciego Bartimeo es símbolo de la iluminación por la fe que tiene que recibir el mundo cuando, empujado por la Iglesia y los misioneros, se anime a dar los pasos que dio el ciego del evangelio para llegar a Jesús. Veamos algunos de ellos.

Ante todo darse cuenta de la situación en que se está y querer (decidirse a) salir de ella: ¡basta de seguir ciego! Luego, acercarse a Jesús, con palabras que le llamen la atención, como lo hizo Bartimeo al grito de ¡Hijo de David!, y luchando con todas sus fuerzas contra quienes se lo impedían. También y sobre todo, dar desde la fe un salto hasta Cristo, cayendo como él a sus pies, y motivando el diálogo más corto, impactante y efectivo del evangelio. Es el momento crucial del suceso, y viene a decirnos que no podemos estar siempre buscando e intentando salir del problema que nos aqueja. Algún día, cuanto antes, tendremos que dejar  nuestras seguridades y conveniencias y lanzarnos hasta Cristo.

Fruto de este encuentro personal con el Señor será el seguirle como discípulos. Es lo que hizo Bartimeo después de su encuentro personal con Jesús. Se convirtió en discípulo misionero alegre, leal y comprometido, como podríamos serlo nosotros si es que de verdad nos decidimos a dejar nuestras cegueras. Al respecto, dos propuestas que fluyen del relato: 1. hacer que las personas que nos impiden entregarnos al Señor, sean pronto las que más nos animen a hacerlo (Mc 10, 48-49); y 2. pedir al Señor que nos haga ver, cuando, como al ciego Bartimeo, nos pregunte,: ¿qué quieres que haga por ti? (Mc 10, 51).

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