Juan Bautista nos invita a la conversión en el texto del evangelio de San Lucas en el día de hoy. No puede existir una preparación adecuada ante la venida del Señor si, previamente, no hacemos una evaluación de nuestra vida y, con sinceridad y transparencia de corazón, tratamos de analizar nuestro interior y ver cuáles son nuestras actitudes que rompen la amistad con Dios y con los hermanos. Juan Bautista, desde su autoridad de testigo y profeta, insiste en tres aspectos esenciales para llegar a una conversión profunda y estructural: Caridad que implica compartir lo que se tiene y espíritu de solidaridad, colaboración y servicio, sobre todo, con los más necesitados; Justicia que exige esfuerzo por la igualdad, no aprovecharse de los demás y aspirar a unas relaciones cada vez más fraternas; Paz que en la mente del profeta nos lleva al respeto entre todos, a la superación de todas violencia, odio, discriminación.

Juan Bautista también nos habla de la conversión a la santidad que, aunque aparentemente no influye en el cambio estructural, sin embargo, en la medida en que cada persona busca la perfección desde la óptica del evangelio, toda la sociedad se beneficia de ese esfuerzo personal por lograr un mundo mejor e identificarse más plenamente con la misión de Cristo.

San Pablo en su carta a los filipenses nos invita a la alegría como medio adecuado también para prepararnos a la celebración del Nacimiento del Hijo del Dios. No es una alegría cualquiera sino la que brota de la vida interior, la oración y la acción de gracias, la sobriedad, la generosidad, la libertad y amplitud del corazón, la práctica efectiva de la bondad y del amor. Algunos confunden la alegría con la diversión ruidosa y la risa fácil y superflua. No falta quien cree que es la satisfacción de tener todo lo que uno desea. Sin embargo, la alegría es, fundamentalmente, la irradiación de un corazón abierto a la luz y a la gracia de Dios. Si entendemos así la vida permaneceremos en un estado de conversión, en conformidad con nosotros mismos, viviendo la alegría de nuestra fe con optimismo e ilusión. La conversión no es, prioritariamente, un estado de superación de la culpabilidad y el pecado sino una actitud de gracia que surge de la fuente del espíritu de Dios y de nuestra propia voluntad de practicar el bien.

Que este domingo de adviento nos anime a intensificar actitudes de conversión y de alegría interior para preparar con gozo y compromiso la venida del Niño Dios que se acerca hecho hombre para redimirnos y salvarnos.

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