SERVIR, SERVIR, SERVIR

“Entre ustedes, no debe ser así”. La liturgia de este domingo nos exhorta a tomar conciencia de nuestra vocación cristiana que se traduce en el servir. Jesús hace una crítica específica de la manera cómo se gobierna en su tiempo; y a su vez, hace una clara distinción de lo que tiene que ser la Iglesia para el mundo. Jesús tiene que aclarar bien las cosas. Nuestra convicción de fe está mucho más allá que aplicar un sistema de gobierno, porque si bien es cierto estaría de acuerdo con buscar ideales altos de igualdad, tolerancia y sana convivencia, el camino de la fe no se basa en imponer una forma de gobernar, sino de vivir para servir, fuente de todo lo que sostiene el verdadero sentido de la autoridad.

Aquellos discípulos, en este camino de instrucción del evangelio de Marcos, por tercera vez, reaccionan mal ante el anuncio de la pasión de Jesús. Dos de ellos, pretenden alcanzar un sitial de honor cuando llegue el momento de la “gloria” de Jesús (como el ingreso del emperador victorioso a la ciudad). A esto se suma la indignación de los otros por la iniciativa de los hermanos, que revela también el deseo de cada uno de los discípulos de alcanzar un puesto de honor como si ese fuese el destino de Jesús. Como vemos sus aspiraciones resultaban ser muy estrechas para la misión que Jesús les quería encomendar. De allí que cuando Jesús les hable del servicio, entrarán en conflicto, pues no es por la vía del poder, del miedo, de la fuerza cómo Jesús les ofrecerá la salvación sino por el camino de la humildad, de la burla, de la cruz. Estamos llamados a ser servidores y esclavos de todos, y, así como Jesús, estamos llamados a crucificar nuestras pasiones por amor a los demás como lo hizo Jesús.

La comunidad cristiana al releer los cánticos del Siervo del Señor del Segundo Isaías – escucharemos un fragmento de uno de ellos en la primera lectura -entiende que es la prefiguración de la pasión de Jesús; pues aquel, por el sacrificio de su vida se convierte en mediador de salvación cambiando el sinsabor de la muerte por la prolongación de sus años; el pesimismo de una vida fatigada llevando cargas de culpa por el apoyo del hermano, que se presta para ayudar a sobrellevar los pesos de la vida.

Por eso, la carta a los hebreos que se proclamara en la segunda lectura fundamenta por qué podríamos atribuir a Jesús el título de Sumo Sacerdote a pesar de que él no procedía de familia sacerdotal alguna. Este Jesús encarnado, que ha experimentado todo lo que implica la naturaleza humana, menos en el pecado, por su sacrificio redentor nos ha conducido por el interior del santuario celestial permitiéndonos romper los parámetros de una religiosidad basada en estructuras y distanciamientos. “Acerquémonos”, es la acción que debe realizar el discípulo en la búsqueda de la misericordia y del perdón de Dios, que les ayude a contemplar a un Dios que sabe que no hay otra forma de que el hombre alcance su realización personal, sino es asemejándose a Cristo servidor.

La Iglesia no está llamada a ostentar poder al estilo de este mundo; la iglesia no ha sido fundada para vivir adornada de reconocimientos y ofertas al estilo de este mundo; la iglesia no ha recibido la vocación para sostener poderes humanos en esta tierra. Si el evangelio revela esto de una forma tan específica, es que es una gran tentación a la que debe enfrentar la iglesia siempre. La Iglesia solo vive para servir, y este servicio es expresión suprema de amor llevado al extremo, como lo hizo el mismo Jesús por nosotros. De allí el valor del martirio, de la ofrenda de la vida, del cansancio y el dolor, incluso de las incomprensiones y sufrimientos, y todas estas cosas, vividas como oblación y con un sentido trascendental.

Que Dios ayude a la Iglesia a estar atenta a siempre retomar su camino vocacional, a romper con las prácticas que solo buscan separar y distanciar, y a ser vehículo para abrir paso a todo aquel que quiere buscar a Dios. Está bajando la misericordia de Dios, acerquémonos con gozo a recibirla porque en ella está puesta nuestra esperanza tal como lo expresará hoy el salmista (Sal 32): “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”

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