padre pedro guillen goñi

El evangelio de Mateo nos sigue presentando algunas características fundamentales de la irrupción del Reino de Dios en el mundo y de las consecuencias que se deducen para nuestra vida. Los domingos precedentes nos mostraba este Reino de Dios con una comparación extraída del mundo rural, la viña, y hoy nos lo presenta por medio del banquete en el que Dios nos ofrece con abundancia y profusión los manjares más apetitosos para que podamos participar en una comida alegre, en intimidad, en diálogo distendido, en familia como antesala del encuentro final en el reino celestial.

Dios nos invita a su banquete del reino como signo de amistad, de su confianza, del amor que nos tiene. Puede suceder que antepongamos nuestros intereses personales, nuestras ocupaciones y preocupaciones, nuestros negocios y proyectos, a la buena voluntad de Dios que nos llama a compartir con Él mesa y mantel, experiencia de un Dios cercano que viene a nosotros para allanar el camino. No le gusta al Señor que rechacemos su invitación porque sabe que necesitamos de su presencia y compañía para fortalecer nuestra relación con Él pero acepta nuestra decisión y no fuerza nuestra voluntad cuando ponemos excusas y no acudimos a su llamada. Aunque reaccionemos de esa manera el banquete no se suspenderá ya que siempre habrá personas con disponibilidad y acogida que responderán positivamente a la llamada del Señor.

Él mismo se nos ofrece como banquete. Jesús, al instituir la Eucaristía en la Última Cena (Mt. 26, 26-29), nos entrega su propio Cuerpo y su propia Sangre para nutrir y fortalecer nuestra vida de fe, como alimento imprescindible para proseguir nuestro camino de identificación con Él y anticipo y garantía del banquete celestial. ¿Somos conscientes realmente de la invitación que Jesús nos hace en el “partir y compartir” el pan eucarístico? ¿Valoramos nuestra participación en la Eucaristía en su justa medida? ¿Nos excusamos fácilmente del banquete del Reino y lo sustituimos por otros momentos más superficiales que al final no satisfacen plenamente nuestra propia realización integral y personal?

Y hasta podemos analizar el banquete del reino desde una perspectiva más humana y lúdica, ¿damos verdadero valor, sentido, calidad de tiempo y oportunidad a la comida compartida en familia como lugar de encuentro, de diálogo, de capacidad de escucha e interés entre esposos e hijos? ¿No son las prisas, la tv, las ocupaciones las que nos impiden aprovechar estos momentos para crecer en familia y fomentar la unión? Qué bueno sería que a la luz de esta experiencia sobre el banquete

del reino que Mateo nos narra en su evangelio profundizáramos en estas actitudes que influyen decisivamente en nuestra vida espiritual y humana.

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