¿ESTAMOS O NO ESTAMOS CON DIOS?

Andrés, era un profesor de educación inicial, casado, y tiene 3 hijos pequeños, pero es también un hombre de fe. El fin de semana organizó, con sus alumnos y sus padres, una caminata a las afueras de su ciudad. Panearon todo para pasarla bien: tenían juegos recreativos, deportes, almorzaban juntos, etc. Al final de ese paseo, Él llamó a sus alumnos para hablarles de Dios, y terminó con un gesto muy particular y original a la vez: se puso de rodillas delante de ellos y les pidió que le dieran su bendición. No faltó por ahí un papá de esos niños, que le dijo: “¿acaso eso no lo hacen sólo los sacerdotes en misa?”. Sólo atinó en contestar: estos niños, son un regalo de Dios, están bautizados, tienen a Dios en sus vidas, como tú. ¿Por qué no dejar que Dios hable y actúe por ellos? ¿Te animas para que ellos te den su bendición?

¿Tú tienes la propiedad exclusiva del Espíritu Santo? ¿Te lo has apropiado? ¿Acaso sólo unos “privilegiados” tienen a Dios? Quizás podamos tener una mentalidad un poco cerrada para esto, y podemos hasta hacer daño, ya que muchos quedan confundidos, pensando que no tienen a Dios en su vida, por nuestra cerrazón.

Moisés llama la atención a Josué, hijo de Nun, cuando intervino para cuestionar o no dar crédito a las profecías que estaban dando Eldad y Medad: “¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” (Num.11,25-29). ¿Acaso sólo una persona académicamente preparada en la fe puede hablar de Dios? Si pensamos y actuamos así, NOS ESTAMOS EQUIVOCANDO. Estamos a tiempo de corregir eso y pedir perdón con sinceridad a Dios.

Debería preocuparnos que haya gente que, con su actitud de testarudez, soberbia e incredulidad, quiera apagar las iniciativas de fe, y la fe sencilla de muchos. ¿No será que nos estemos enfrentando, con esa actitud, a Dios mismo? ¿Seremos capaces de hacerlo?

Cuánto cambiarían nuestras comunidades, asociaciones, congregaciones, movimientos, grupos, si fuéramos un poco más creyentes, y menos dictadores y jueces de la fe. Para ese tipo de personas es bueno que escuchen a San Pablo que les dice: “no apaguen el Espíritu, no desprecien lo que dicen los profetas” (1Tim.5,19-20).

Esa actitud denota que hay mucha riqueza, en soberbia, en incredulidad, en cuestionamiento sin sentido y sin fundamento, etc. Santiago usa un lenguaje fuerte: “Su riqueza está corrompida y sus vestidos están apolillados…y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos” (Stgo.5,1-6). ¿No será que nuestro vestido de la fe lo estemos apolillando con esa actitud?

Dios nos puede hablar y nos habla en la persona menos esperada, con su sencillez y con su silencio hasta nos puede dar “cátedras de fe” sin haber ido a una universidad o cursos de teología (cf.Mt.11,25).

Jesús, es más que serio, cuando ve que hay personas que impiden el pase de la gracia en las personas que no son de su grupo o del de Juan Bautista: “No se lo impidan, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc.9,38-43.47-48).

¿Cuál es la solución para acabar con todo esto? El mismo Jesús da luces, usando un lenguaje, a manera de sentencia: “Si tu mano te hace caer córtatela…y, si tu pie te hace caer, córtatelo…y, si tu ojo te hace caer, sácatelo”. Claro, no es literalmente que hay que hacer eso, cuidado. Lo malo, lo perverso, o lo cuestionador que haya en nuestro corazón, en nuestra vida de fe, eso hay que cortarlo de raíz. En una palabra Jesús nos está invitando a convertirnos cada día (cf.Mc.1,15). Esa tarea dura toda la vida hasta que nos muramos.

Sabemos que puede haber gente que esté en contra de Dios y de su Iglesia, y los hay. Hay gente que está a favor de vivir los mandamientos de Dios, los sacramentos en la Iglesia, las obras de misericordia; pero tristemente decimos que hay gente con una actitud contraria, es más, prescinde de Dios y anima a otros a hacerlo.

Que no seamos de aquellos que cuestiona Moisés y Jesús. Sino, que adoptemos la postura del profesor de la historia, que siempre está dispuesto a dejarse hablar y tocar por Dios desde una actitud sencilla y humilde.

¿Estamos o no estamos con Dios?

Con mi bendición

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