NO SOLO ES IMPORTANTE VIVIR SINO VIVIR BIEN

Cuando hoy hablamos de la sabiduría inmediatamente lo relacionamos con cuánto conocemos o cómo razonamos para solucionar un problema. En el mundo de la Biblia la sabiduría es el arte de vivir bien. Por tanto, los ancianos son constituidos como los venerables sabios que están dispuestos a aconsejar para ayudar a los suyos a tomar las decisiones más adecuadas, pues tienen la ventaja de la experiencia. Hay un orden misterioso que Dios ha dispuesto y la tarea del ser humano es saber encontrar cuál es su puesto en aquel entramado que llamamos creación de Dios. Y Dios ayuda a que el hombre encuentre su lugar con su infinita providencia. El autor del libro de Proverbios personifica a la sabiduría para hacerla asequible al ser humano. Se le vincula a Dios, pero no es Dios. Así, esta metáfora encierra la importancia de saber buscarla y de disponerse a encontrarla. El peligro de la soberbia y de la vanidad está latente, y la clave para hallar aquello que puede conducir al ser humano a la vida plena y estable es considerarse un inexperto, con hambre y sed de ella. Este es un ejercicio de humildad y, ya de antemano, un centelleo de sabiduría.

La tradición paulina continúa exhortando a la comunidad de discípulos del Señor y retrotrae la antítesis bíblica por excelencia, “necio – sabio”, para saber discernir cómo actuar en un contexto de hostilidad y de confusión. El camino del sabio exige discernimiento, pero también decisión. Por tanto, es preciso cuidarse de todo aquello que te pueda descontrolar y que no te ayude a tomar las decisiones correctas. Vivir según el Espíritu te lleva por buenas inspiraciones y obrar bien va acompañado de las alabanzas y cánticos que no son sino agradecimiento por llevar una vida auténtica.

El evangelio que escucharemos es el punto más álgido del discurso del Pan de Vida. Sabemos que este evangelio no ha creído conveniente dejarnos el memorial de las palabras de la última cena como los otros tres, pero ha cifrado sus esperanzas en estas contundentes afirmaciones de lo que significa comer el cuerpo y la sangre de Cristo. Es verdad, que al escuchar estas palabras sin un sentido de fe pues logran sorprender y hasta confundir. El rito eucarístico es ya una realidad en la comunidad de Juan, y no solo se entiende como recordar un hecho del pasado; es un rito de real vinculación y pertenencia a Cristo. No se reduce el tema a comer o beber, ni está refiriéndose a un espiritualismo romántico; estamos en un nivel de fe muy profundo, de aceptación plena de Cristo. Hablar de “habitar” implica una consagración de la vida del creyente al Padre y al Hijo introduciéndolo así a la dimensión de relación familiar. Es probable que la comunidad a la que se dirige Juan sí comprenda el compromiso asumido. Más bien, probablemente esto no sucede con los cristianos que no han sido partícipes de esta catequesis o se han quedado en la dimensión netamente cultual. Finalmente, la determinación de que este alimento nos llevará a vivir para siempre corona todo el discernimiento de este discurso. Ya se experimenta en esta vida la salvación, pero se reserva lo mejor para el final. Esto, sin duda, exige una sabiduría venida de lo alto. Todos queremos vivir, pero parece que no todos queremos vivir bien. El regalo de existir no solo debería entenderse como un rol que cumplir en lo que nos toca y adiós. Los cristianos entendemos que no se puede vivir sin Cristo y, como no se puede vivir sin alimento, pues tenemos muy cerca de nosotros al Pan de Vida. No seamos necios, reconozcamos humildemente la necesidad de Dios y alimentémonos en comunidad con el Pan que nos ofrece la vida perdurable, una vida entregada al servicio de los demás.

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