UNIDOS A JESÚS PARA DAR FRUTOS VERDADEROS

Durante estos días hemos sido testigos de cómo el caminar de los apóstoles, la libertad para hablar a cualquier público, su celo misionero infatigable, su apertura a formar y acompañar a las comunidades fueron algunas de las muchísimas cualidades que Dios les regaló, esto de la mano con la apertura a los dones del Espíritu que hicieron vida en la vida de los mismos apóstoles. Y hoy no es una excepción: “Pedro tomó la palabra y dijo: está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme, practica la justicia” (Hch.10,25-26.34-35.44-48). El simple hecho de hablar de Dios y de testimoniar su amor, suscita en la comunidad la apertura al Espíritu y su presencia cercana y amiga: “Todavía estaba hablando Pedro, cuando descendió el Espíritu Santo SOBRE TODOS LOS QUE ESCUCHABAN SUS PALABRAS”. Los Apóstoles dieron fruto porque se abrieron al Espíritu Santo. ¿Te animas a adoptar esa postura?

¿Puedo cerrarme al paso amoroso de Dios por mi vida y por la vida de los demás? ¿Podemos cerrarnos al Espíritu Santo? ¿Serán meras impresiones o “sugestiones” lo que vivieron, sintieron y experimentaron las 1ras comunidades cristianas?: “Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los paganos”. ¿Es “propiedad exclusiva” el Espíritu Santo de alguna persona, grupo, movimiento o congregación religiosa? Pedro se cuestiona si se puede negar el Espíritu Santo a los demás.

El amor viene de Dios, dice San Juan: “el amor procede de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios” (1Jn.4,7-10). Este amor que sale de su corazón nos hace afirmar que: NUNCA ESTAMOS SOLOS. Dios nos quiere tanto que se queda una vez más con nosotros. ¿Sabes cómo se manifiesta que Dios nos ama?, en: “que envió al mundo su Hijo único”, pero esto con un propósito: “PARA QUE VIVAMOS POR MEDIO DE ÉL”.

Hoy se presenta Jesús, en el evangelio, como el verdadero, el que no miente, porque su Padre es el viñador: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador” (Jn.15,1-8). Él desea que nuestra vida dé frutos. Pero para dar frutos, un árbol, debe ser “podado” o “cortado” alguna de sus ramas. ¿Qué rama deseo que Jesús “corte” o “pode” de mi vida? ¿La de la indiferencia? ¿Quizás la de la falta de coherencia? ¿La falta de fe? ¿La del rechazo a los mandamientos y sacramentos? ¿La del miedo? ¿Chisme? ¿Prejuicios? Jesús no puede ser más que claro: “Sin mí no pueden hacer nada”. ¿Te llegaste a convencer de esta promesa de fe? Es verdad, Jesús no miente cuando dice: “sin mí no pueden hacer nada”. Todo el que se proclama creyente y seguidor de Jesús, nunca debe olvidar esta promesa.

Para permanecer en Jesús, Él pone una condición: “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les dará”. ¿Queremos, de verdad, ser discípulos de Jesús? Estamos en la grave obligación de dar frutos de verdad. Excusas no las hay, ni siquiera el que se pudiera decir: “Soy un pobre pecador” o “yo no sé leer ni escribir”.

Todos debemos estar unidos a Jesús para dar frutos verdaderos. Que así sea.

Con mi bendición.

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