La comida del “mundo” y la comida de “Dios”

(Domingo XX del tiempo ordinario – Ciclo B)

Eran 7 los misioneros que, con tanta ilusión llegaron a un pueblo campesino, lejos de la ciudad para una misión. La motivación era grande: “hay muchos hambrientos y sedientos que necesitan la comida de Dios, y que Él se las dará”.

Eso les motivó para ir de casa en casa proclamando la Palabra de Dios: bendecían sus casas, sus sembríos, a sus enfermos, acogían a los niños en la capilla de la comunidad, etc. Se habían encariñado tanto con la comunidad, que algunos decían: “que no termine esto aquí, vamos a volver a encontrarnos con ellos”, decía la Sra. Bertita (coordinadora de la misión). Llegó el día de la despedida, se pusieron de acuerdo para tener un “pequeño compartir” a manera de gratitud por la acogida recibida. Su propuesta, un día anterior a la despedida era: “hagamos arroz con leche para 50 personas aproximadamente” ya que para la clausura no vendrán muchas personas. Dios había bendecido con tanto cariño esa comunidad que superaron los cálculos programados: llegaron casi 200 personas. Un misionero joven le dijo a Bertita: “hermana, hermana, y ahora qué hacemos”. Ella, muy sabia y llena de mucha unción dijo: “pongamos nuestras manos sobre la olla de arroz con leche y entreguemos esto al Señor ya que Él se encargará de dar de comer a todos”. Delante de todos los moradores campesinos hicieron ese acto de fe y empezaron a repartir el arroz con leche de una pequeña olla. Dios bendijo a toda esa comunidad porque se le dio de comer a todos, y encima sobró. Muchos se impresionaron, pero se cumplió la motivación primera: “hay muchos hambrientos y sedientos que necesitan la comida de Dios, y que Él se las dará”.

Cuando la comida “del mundo” (lo malo, lo oscuro, lo que no cuenta, etc) abunda en el corazón de la persona, su vida no tiene sentido. Por eso que el autor del libro de los proverbios habla así, para solucionar esa falta de “la comida de Dios”: “vengan a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejen la inexperiencia y vivirán, sigan el camino de la prudencia” (Prov.9,1-6). Podemos llenarnos de la comida y bebida de: la soberbia, del orgullo, de la falta de fe, de la falta de amor y de perdón, del alcohol, la pornografía, las drogas…y nuestra vida anda “raquítica” espiritualmente hablando.

Advierte San Pablo de lo siguiente: “observen atentamente cómo están procediendo ustedes…no sean irreflexivos, antes bien traten de descubrir cuál es la voluntad del Señor” (Ef.5,15-20). Si quiero que mi vida se torne siempre distinta y renovada, la prudencia y el discernimiento delante de la presencia de Dios ayudará mucho a crecer en la voluntad del Señor (cf.Lc.1,38) para luego tener la total apertura para su gracia que transforma.

El cuestionamiento sin sentido, los prejuicios y las dudas no fueron un obstáculo para que Jesús se presente como lo que es: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” (Jn.6,51-58). Ese fue, es y será su carnet de presentación. El sustento es grande y bueno: “vivirá para siempre”. Pero si sucede lo contrario: si no aceptamos a Jesús como nuestro Salvador, como el único pan de vida, entonces: “no tienen vida en ustedes”.

¿Queremos habitar en el corazón de Dios?, ¿queremos tenerle en nuestro corazón o en nuestra vida?, no nos olvidemos que Jesús es el verdadero Pan, es el único consuelo, es la única salvación (cf.Lc.19,1-10). Es triste no tener a Dios en nuestra vida, es triste saber que Dios no está en nosotros, no porque ese sea su deseo, sino porque nosotros no queremos tenerle. Dice el libro del Apocalipsis con mucha sabiduría: “Estoy tocando a la puerta y llamo, si alguien me abre, entraré a su casa y cenaremos juntos” (Ap.3,20).

En cada Eucaristía Jesús se regala como el único verdadero “pan del cielo”. Acudamos a Él que siempre nos espera con los brazos abiertos.

Tarea para toda la vida: rechazar la “comida del mundo” (lo malo, lo que no da sentido a la vida, el pecado, las cosas oscuras, etc) y aceptar la comida de Dios (su palabra, su Eucaristía, su gracia, etc) porque: “el que come de este pan, vivirá para siempre”.

Con mi bendición.

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