Queridos hermanos, el Señor no convoca una vez más para que juntos meditemos su Palabra de vida. En este domingo, día el del Señor,en que recordamos el Triunfo de la muerte sobre la vida, nos seguimos comprometiendo a vivir según lo que verdaderamente desea el Señor para sus hijos.

Seguimos meditando el evangelio de Juan y estamos nuevamente en el ciclo del Pan de Vida, aquel pan que da sentido, que da plenitud, que nos consagra y nos edifica en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Este ciclo nos vuelve a colocar a Jesús como el centro de nuestra celebración, la fracción del pan dominical, que ha bajado del cielo, es decir el Hijo ha venido desde él y nos encaminamos a testificar en nuestra vida el acontecimiento fundante de Jesucristo, basta nuestra fe en que este pan que el Señor nos ha dado sea el pasaporte que nos conduce a la vida eterna.

Y ahora cada vez más la sentencia vivificante y edificadora nos dice claramente, si no comemos y bebemos el cuerpo y la sangre del Señor, no podremos tener vida en él, por lo tanto el juicio final no será favorable, si no hemos sabido alimentarnos auténticamente con el pan del cielo, preparando nuestro corazón y nuestra mente, nuestra vida interior, no podremos acceder a esa promesa hecha a nuestros primeros padres porque…  yo lo resucitaré en el último día.

Esa promesa que nos hace hoy en el evangelio de Juan tiene realmente un significado profundo en el marco del Pan de Vida, porque el único alimento que nos conducirá a la salvación, será  el pan que viene de Dios, y ese pan que viene de Dios ha deseado vivir con nosotros, quedándose con nosotros en las Eucaristía.

El Padre amándonos hasta el extremo es el que nos envía al Hijo, un Hijo que viene a traernos la alegría, la salvación, la paz, la felicidad pero esa felicidad y todo lo demás no es simplemente una alabanza de bonitas palabras, sino que debemos y estamos obligados a que una vez alimentados con el Cuerpo y Sangre del Señor debemos ser verdaderamente auténticos cristianos, capaces de responder a las exigencias que nos plantea el Señor desde la Sagradas Escritura y de nuestra condición como hijos de Dios, así nuestra vida tendrá sentido pleno de decir: yo soy feliz porque Cristo vive en mí, porque he comido lo único que puede saciar mi hambre.

Hermanos, comer el Pan de la salvación debe llevarnos a que cada día seamos coherentes con nuestra vida, dentro y fuera del hogar. No nos descuidemos en hacer de nuestra vida, también, un pan compartido para el mundo, que cada persona que se encuentre con nosotros sienta en su vida un poco de paz. Si Cristo vive en nosotros, yo vivo en el hermano.

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