CUIDAR MI FE: TAREA DE TODO DISCÍPULO CREYENTE

 

¿Alguna vez te han hecho un regalo “especial” (físicamente hablando) que lo conservas hasta el día de hoy? ¿De verdad lo cuidas como lo más preciado para ti? ¿Qué significa ese regalo? ¿Lo cambiarías o lo regalarías? ¿Lo has maltratado o lo cuidas de verdad?

La fe, fue para el pueblo de Dios, lo que les dio ánimo para avanzar. Ellos la cuidaron y al conservaron a tal punto les hacía mantener viva su esperanza: “La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa en que tenían puesta su esperanza” (Sab.18,6-9). El pueblo esperaba su salvación, a tal punto que cantaban himnos en medio de su dolor, en medio de su desesperanza. ¿Qué haces tú cuando algo malo te pasa? ¿Cómo reaccionas? ¿Realmente se nota ahí que tienes puesta tu esperanza en Dios?

A veces solemos “tirar la toalla de la fe” cuando algo malo nos pasa, es más, lo doblemente triste es que eso lo contagiamos a los demás, empezando por los de nuestro entorno. Hay que tener mucho cuidado.

Nos tiene que fortalecer y consolar esta promesa de fe y de salvación que está puesta en el salmo de hoy: “Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempos de hambre” (Salmo 32). Dios no defrauda, no cambia, siempre permanece fiel a pesar de nuestras infidelidades.

Para todos los que queremos cuidar la fe, recibida desde nuestro bautismo y fortalecida en el caminar de cada día, no debemos olvidar que: “es seguridad de lo que espera, y prueba de lo que no se ve” (Hb.11,1-2.8-19). Es creer en Dios, es creerle a Dios, es fiarse de Dios para obrar como Él nos pide; es relación con Dios, es adhesión a Él (cf.Nvo.Cat.150). La fe no es sentimiento, porque este es pasajero; es, como dirá el autor de la carta a los Hebreos: “certeza”. No puedo dudar de Dios, no debo. Es fiarse de Él como un niño que corre tras los brazos de su madre. Nuestros antepasados, entre ellos Abraham, nos animan a fiarnos de Dios, a caminar en fe sin dudar, sabiendo que Dios siempre cumple lo que promete, por eso que no se equivoca.

¿De verdad quiero cuidar mi fe? Una forma especial de hacerlo, desde el evangelio de hoy, es adoptar la postura de la vigilancia: “Tengan ceñida la cintura y encendidas las lámparas…estén como los que aguardan a que su Señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame” (Lc.12,35-40). ¿Estás atento a que nada ni nadie manipule o estropee tu fe? ¿Te dejas “seducir” por cosas contrarias a la fe? Tengamos cuidado porque siempre en el caminar de cada día nos vamos a encontrar con gente, que “tiene fe” y son lobos vestidos de oveja que nos pueden hacer caer en la tentación de la incredulidad (cf.Mc.6,6).

¿Qué hace entonces un discípulo creyente cuando se pone en actitud de vigilancia? Se preocupa de que su fe: nada ni nadie le direccione mal; la alimenta con la palabra de Dios, con la vida sacramental, con las obras de amor, con un acompañamiento espiritual maduro, con perseverar en un grupo que te haga crecer y avivar tu propia fe, etc.

El creyente siempre pondrá su fe, como confianza plena en Dios, aún en su lecho de muerte, porque sabe que nunca está solo.

Cuidemos siempre nuestra fe, compartamos con otros la fe, alimentemos nuestra fe, defendamos nuestra fe. Cuidar mi fe, es tarea de todo discípulo creyente.

Con mi bendición.

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