Hoy se nos presenta en el evangelio la conocida parábola de “El buen Samaritano” (Lc. 10, 25-37). Es una de las parábolas más conocidas e influyentes del Nuevo Testamento por la vigencia y actualidad que contiene la resolución práctica que se deduce al terminar el relato en relación con la compasión, misericordia y solidaridad, virtudes o actitudes tan humanas, por un lado, y tan cristianas para lo que tenemos fe, que no nos permite sentirnos indiferentes antes tantas situaciones de dolor y marginación que, al estilo de la descripción de la parábola, vemos a nuestro alrededor. Efectivamente, en la actitud “acción-reacción” ante situaciones extremas de sufrimiento y clamor en momentos desesperados por los que puede atravesar una persona, el credo, la ideología, la cultura, la condición social… no influye decisivamente en una determinada toma de postura y compromiso ante esa situación. El influjo positivo de la sensibilidad o su apatía puede brotar en cualquier circunstancia del hombre.

Por eso no nos puede extrañar el comportamiento, por un lado, de dos hombres que actúan con frialdad e indiferencia ante las necesidades de un herido al borde del camino y, por otro lado de un tercero que no solamente pone a disposición sus recursos materiales sino su propia persona al servicio de una causa que no puede ignorar ni omitir.

El centro de la parábola lo marca el verbo que describe la reacción del Samaritano: «tuvo misericordia, se le conmovieron las entrañas» ante aquella escena. No es un simple sentimiento de conmoción, de lástima; se le conmueven las entrañas y esto se traduce en acción, en una misericordia eficaz. A la luz del ejemplo de “El buen Samaritano” no nos basta con descubrir quién es el prójimo sino actuar y comportarse como él lo hizo y entonces pasamos de la dimensión teórica del amor a la perspectiva práctica del mismo.

No hace falta auscultar con mucha profundidad el mundo en que vivimos para descubrir necesidades muy parecidas a las experimentadas por “El buen Samaritano”. Seguro que nos sobrepasarán dichas experiencias en situaciones de emigración, marginalidad, carencia de trabajo, soledad, aislamiento, ancianos sin esperanza, jóvenes sin sentido… lo importante es que la sensibilidad y los gestos solidarios no los rechacemos fácilmente.

Demos gracias a Dio Padre porque su Hijo Jesús ha sido para xon nosotros el primer Samaritano y así descubramos los gestos de solidaridad, misericordia y compasión a la luz de la fe. Siempre encontraremos espacios a nivel personal e institucional, tantas organizaciones eclesiales y laicas se dedican a ese servicio, para levar un poco de paz, cercanía y amor a los más necesitados.

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