AYUDANDO A TU PRÓJIMO TE ACERCAS A DIOS

El libro del Deuteronomio utiliza el género “testamento” para dejar constancia de lo fundamental de la ley mosaica para las futuras generaciones. El anciano Moisés se despide y aconseja al pueblo de Israel cómo perseverar en la alianza hecha con Dios. Israel ha optado por amar a Dios sobre todo, de tal forma que debe cumplir sus mandamientos consignados en la Ley. Tal exigencia se plantea como el camino que debe seguir el creyente, manifestado claramente y al alcance de todos. Dios ha manifestado su Palabra y esta está en el interior del ser humano. Dios mismo ha suscitado en el corazón del hombre el deseo de buscarlo, y su palabra ha resonado y es comprensible para quien la escucha con devoción.

En la segunda lectura, la tradición paulina propone al inicio de la carta a los colosenses una disertación particular sobre la supremacía de Cristo ante todos los seres celestiales, que eran reverenciados en el mundo grecorromano del s. I. Se ha unido al acontecimiento salvífico llevado a cabo por Cristo un discernimiento teológico acerca de la Iglesia. De esta forma, el Señor Jesucristo es presentado como el eje de una nueva creación, reconciliada en el amor, consagrada a la paz, redimida por la sangre redentora de Cristo.

En el evangelio de hoy, el evangelista recoge un encuentro entre un Maestro de la Ley con Jesús. Planteado desde la pregunta del experto en la Ley, se entendería que la salvación se hereda, pero no se especifica cómo se logra la filiación con Dios, que le permita recibir esta herencia. El rememorar la Ley de aquel experto ofrece una respuesta convincente de quien no solo ha subrayado el amor específico a Dios, sino que ha sabido vincularlo con el amor al prójimo. Puede que para la mayoría de los oyentes del evangelio la compresión del prójimo no estaba suficientemente entendida, ya que este generalmente era el que pertenecía al grupo étnico judío y con quien estabas ligado con las normativas de la Ley. El extranjero no estaba incluido en la alusión “prójimo”. La respuesta de Jesús es una parábola, la del buen samaritano que socorre a aquel posible judío que bajaba de Jerusalén a Jericó, y que fue ignorado por hombres dedicados al culto del Templo como el sacerdote y el levita pasando de largo y no prestándole la ayuda oportuna. Aquel samaritano, sabía que se había levantado un muro de separación que no le permitía relacionarse con los judíos, pero sorprendentemente, no le interesan esas cosas, sino más bien acude urgentemente a apoyarlo. La actitud descrita no es compatible con la tradición conocida y por eso para la comunidad cristiana pasa a ser presentada como una necesidad de obrar coherentemente. No puede haber prejuicios ante la necesidad extrema de un ser humano que sufre, uno debe aprender a hacerlo suyo el drama de los hombres y mujeres que sufren vejaciones y burlas, golpes e injusticias. Aquel hombre exigió al posadero que tratase al desdichado como si fuera su propia persona. Esto es ser misericordioso. Por supuesto, la parábola no tiene un final esperado, sino que suscita una reflexión más profunda ante la pregunta primera. Para alcanzar la filiación debes comprenderte como hermano de tu prójimo, y más aún el necesitado. La parábola no termina porque el oyente es el que debe acabarla. Ahora te toca a ti definir la actitud correcta a seguir siguiendo el ejemplo propuesto por Jesús en la parábola. No busques más fuera de ti, Cristo está en tu corazón y está deseando que tus manos sean sus manos para seguir obrando el bien para todos.

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