Necesitamos Misioneros de Dios

Ahí les va una historia misionera:

“Vamos a organizar misiones en medio de los pobres”, fue el pedido esperanzador de “Fray Pascual Miguel” (así le llamaban al cura de pueblo). Era curiosa la llamada: este sacerdote se puso en la puerta de su parroquia a repartir volantes, lo mismo hizo unos días después en la plaza y en el mercado. El resultado: sólo 5 señoras mayores que vinieron con su rosario en la mano y su biblia escondida en una bolsa de tela. Dos veces más hizo el llamado, y sólo se quedaron esas 5 buenas señoras que le decían: “ya pues padrecito, vamos a trabajar para el Señor”. Fray Pascual Miguel hizo lo que pudo, estaba un poco decepcionado del poco resultado de esa llamada. Al llegar a un pueblo alejado de la ciudad, los 6 misioneros fueron de casa en casa, cantando con alegría y bendiciendo cada casa. Por la noche de ese día, en la misa de apertura de la misión, un anciano de 93 años de edad, con bastón en mano, se acerca y le dice a Fray Pascual Miguel: “Gracias papá, gracias. Papá Dios te ha traído aquí con esas hermanas misioneras”. Luego se acerca a cada uno de ellos y les besa su cruz misionera y les echa agua bendita a todo ese grupo.

Sabemos que la misión es un imperativo que viene del mismo Cristo: “Vayan por todo el mundo y anuncien la buena nueva” (Mc.16,15-20); “vayan y hagan discípulos a todas las naciones” (Mt.28,16-20). Una motivación de este imperativo la tiene Juan Pablo II: “nuestra misión es compartir la Vida que nos trasmite Cristo” (RM.11).

Entendemos por qué Jesús designa “a dedo” a los misioneros: “designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él” (Lc.10,1-12.17-20). La Iglesia siempre es la continuadora de la obra de Cristo, hace lo que hace Jesús. Si miramos razones de por qué y/o para qué una misión, una respuesta la tenemos en el mismo evangelio: “la cosecha es abundante y los obreros pocos…pónganse en camino”. Puede haber otras más: vivimos cada vez más una fe, en muchos sectores, relativista; hay muchos que le siguen dando la espalda a Dios, se vive como si Él no existiera o como si no hubiera parámetros éticos; se está creando “un nuevo orden mundial”; la nueva era (“new age”) está ganando terreno, hasta en algunos sectores de la Iglesia; pocos se quieren comprometer para salir a dar a conocer a Jesús (como lo pone la historia); y un largo etcétera.

Advierte, Jesús, hoy en su evangelio, que el misionero encontrará obstáculos: “los envío como corderos en medio de lobos”. Pero la disponibilidad, apertura y docilidad al Espíritu, obediencia fiel al Maestro, dar y desear paz en cada lugar, son algunas de las muchas exigencias que el misionero debe aceptar para no sucumbir en la misión.

El misionero-a no puede nunca callarse ante las maravillas de Dios (cf.Hch.4,20), es más, comparte la misma fe, la misma esperanza, el mismo amor de Dios a otros. Todo bautizado ha recibido la unción del Espíritu Santo para hablar sin temor (cf.2 Tim.1,6-8). No pongamos excusas para hablar de Dios, ni siquiera que si sabes o no leer, o que no tengo tiempo, o que si has ido o no a la escuela (miremos cómo nuestros abuelos, muchos de ellos no fueron a la escuela y vayan a ver cómo nos hablaban de Dios, mejor que un sacerdote y catequista). Para hablar de Dios no se necesita “títulos académicos” o haber estudiado en un instituto o universidad. Jamás perdamos la alegría de hablar de Dios, desde nuestra propia vida.

Jesús da poder y autoridad a la Iglesia para hablar y actuar en su nombre (Col.3,17); ya que la Iglesia es obra suya (cf.Mt.16,18).

Una especial motivación por qué ser misionero está en la parte final del evangelio de hoy: “no estén alegres porque se les sometan los espíritus; alégrense más bien de que SUS NOMBRES ESTÉN INSCRITOS EN EL CIELO”. Los pobres nos esperan. Hay mucha gente necesitada de Dios.

Necesitamos Misioneros de Dios, ¿te anotas para serlo? Cristo Misionero, te quiere misionero.

Con mi bendición

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