Queridos hermanos:

Este domingo celebramos la Solemnidad del “Cuerpo y la Sangre de Cristo” (el Corpus Cristi). La Iglesia dedica un domingo exclusivo para homenajear, a través de la adoración y la reflexión, a quien ocupa el centro de su vida: Jesús Eucaristía. A la Eucaristía se le puede abordar desde muchos puntos de vista, porque un misterio tan grande nunca agota los temas de reflexión. Por ejemplo, podríamos hablar de la Eucaristía como Presencia Real de Jesús, o como recuerdo y actualización del Sacrificio Pascual de Cristo, también como Sacramento del amor de Dios, o como Sacramento de Comunión. Sin embargo, les propongo abordarla desde una perspectiva distinta: la Eucaristía como alimento.

Que la Eucaristía es alimento nos lo sugiere el hecho de que fue instituida por Jesús en una cena y que él mismo se quiso quedar entre nosotros bajo las especies de pan y vino. También es interesante que, para reflexionar sobre la Eucaristía, la Iglesia utilice en las misas el pasaje del evangelio conocido como “la multiplicación de los panes”. Esto sucede, por ejemplo, en la fiesta de la Eucaristía del ciclo C, donde se proclama el evangelio de Lucas 9,12-17. A estas razones debemos añadir el evangelio de hoy (Jn 6,51-58), que está tomado de un hermoso discurso de Jesús sobre el Pan de Vida que aparece en el evangelio de san Juan, justo después del episodio en que Jesús multiplicó los panes y a raíz de ello. Repito, no deja de ser significativo que, en la Solemnidad del Corpus Cristi, la Iglesia escoja para reflexionar los pasajes en los que se habla de la Eucaristía como pan, como alimento. ¿Qué clase de alimento es la Eucaristía? Analicemos los textos bíblicos mencionados para responder esta pregunta.

En el pasaje mencionado del evangelio de San Lucas se nos dice que Jesús estaba rodeado de mucha gente. A todos ellos les había hablado y a algunos los había curado (Cf. Lc 9,11). Debemos suponer que toda esta muchedumbre seguía a Jesús por lo que podía esperar de él: un milagro o simplemente palabras de esperanza. A esto podríamos llamarle “alimento espiritual”. Jesús sacia el hambre espiritual, el hambre de amor y de esperanza, de todos aquellos que en su espíritu se sentían marginados u olvidados por Dios: les habla de un Padre misericordioso que los ama y como signo de ese amor les devuelve la salud, les perdona los pecados, los acoge, les hace ver que son importantes, les devuelve la dignidad que la sociedad y hasta la religión les habían quitado. Las personas que escuchaban a Jesús quedaban llenas del amor de Dios y su hambre espiritual quedaba colmada por el alimento que Jesús les brindaba. Pero, según nos cuenta el evangelio, no era el único tipo de hambre que esa gente sentía.

Después de pasar casi todo el día con Jesús, al atardecer, las personas que lo seguían comenzaron a sentir la necesidad de alimento material. Los discípulos de Jesús pensaron que dar de comer a tanta gente sería imposible, por eso decidieron despacharlas: “Despide a la gente para que busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de todo” (Lc 9,12). Pero Jesús, que no solo se preocupa por dar alimento espiritual al ser humano, busca la manera de alimentarlos corporalmente, por eso les manda a sus discípulos: “Denles ustedes mismos de comer” (Lc 9,13a). Al margen de los datos que nos da el mismo texto sobre la cantidad de personas que comieron, sobre la cantidad de lo que comieron y lo que sobró, al final lo más importante viene expresado en la frase: “Todos comieron hasta saciarse” (Lc 9,17a). Jesús, que ya había dado el alimento espiritual que necesitaba toda esa gente, ahora los sacia en su hambre física. El alimento espiritual y el alimento material son importantes para Jesús y ambos los entrega usando gestos que nos señalan su intención eucarística.

De hecho, cuando en la última cena Jesús instituyó la Eucaristía, lo hizo usando la misma frase y el mismo gesto con el que lo vemos repartiendo el pan en el texto de San Lucas: “Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y los entregó…” (Lc 9,16). Es exactamente lo mismo que hizo Jesús antes de convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su

Sangre la noche de la última cena (Cf. Lc 22,19ss). Por lo tanto, todo el alimento que dio Jesús a las personas aquella tarde de la multiplicación de los panes, es un alimento eucarístico bajo sus dos tipos: alimento espiritual y material.

Digámoslo claramente: la Eucaristía es alimento espiritual y material. Jesús quiso quedarse entre nosotros como comida para que sintamos tanta necesidad de él como la que sentimos por un pedazo de pan cuando estamos hambrientos. Pero, hay que señalar una gran diferencia: la Eucaristía es un alimento completo, pleno y total, porque sacia nuestro ser entero, tanto en su dimensión espiritual como material. Es comida para el cuerpo y para el alma, pero trae más beneficios para el alma. Esto es lo que nos indica el evangelio de este domingo: la Eucaristía es un alimento que “ha bajado del cielo” (Jn 6,51a), es la propia carne de Jesús (Jn 6,51b.58), y es capaz de otorgarle “vida eterna” y la posibilidad de la “resurrección” a quien lo come (Jn 6,54). Vida eterna y resurrección son, precisamente, los mayores bienes a los que aspira el alma del ser humano; y la Eucaristía, por ser la propia carne de Jesús bajada del cielo, tiene la capacidad de otorgarlos. Todos aquellos que se sienten hambrientos de Dios, desesperanzados, abatidos, desanimados, con hambre de vida eterna y de trascendencia, tienen en la Eucaristía el mejor manjar que puede colmar su espíritu. Es el mismo Jesús quien entra a vivir en nosotros cada vez que nos alimentamos de la Eucaristía. Solo quien se alimente de este exquisito manjar celestial podrá sentir en su espíritu lo mismo que afirma san Lucas de los cinco mil hombres: “Comieron hasta saciarse”.

Por último, quien se alimenta de la Eucaristía y queda saciado en su cuerpo y en su espíritu, tiene la misión de buscar a más “hambrientos” para ofrecerles este maravilloso bocado. Y no hay que buscar mucho para encontrar infinidad de personas que sienten hambre de Dios y hambre de pan. Por ejemplo, esta pandemia ha hecho que cada vez haya más gente que necesita pan material y es nuestra obligación cristiana combatir ese flagelo. Dar de comer al hambriento es una actitud eucarística, porque eso fue lo que hizo Jesús con la gente. A la vez, esta crisis ha hecho que a muchas personas se les debilite el espíritu. Son aquellas que han sucumbido por el miedo, la angustia, la enfermedad, la muerte de un ser querido, la crisis de fe. En muchos casos, son las mismas personas las que se resisten a acercarse a Dios, pero en otros, el “hambre” de Dios que sienten es simplemente porque nunca nadie les ofreció la posibilidad de conocerlo. También es eucarístico ofrecer este tipo de pan espiritual a quienes lo necesitan. Después de quedar nosotros saciados con tan exquisita comida, no nos quedemos sentados “reposando” el alimento; más bien salgamos a buscar más “hambrientos”, porque la Eucaristía es pan para comer y para dar de comer.

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