¡A TI VENIMOS CON DEVOCIÓN!

En la primera lectura, escucharemos una nueva tradición acerca de las murmuraciones del pueblo de Israel, esta vez recogida en el libro de los Números, ya en el último tramo del camino del desierto hacia la tierra de Moab. Una vez se pone en juego la confianza en Dios y en Moisés, y es así que el pueblo, por el rodeo que hace, nuevamente se impacienta pues se hace lejana la tierra que mana leche y miel. Donde no había agua, Dios le dio de beber; donde no había qué comer, Dios les concedió carne y pan. Ahora se quejan hasta del maná que recibieron, pues es alimento poco sustancioso. La reflexión se sostiene en el clásico argumento religioso del mundo antiguo: bendición – pecado – castigo – arrepentimiento – salvación. Las serpientes representan justamente el medio por el cual Israel debe recapacitar su atrevimiento. Critican a Moisés, pero cuando viene el apremio, es al primero que consultan para que “interceda”. Moisés lo hace y se levanta el signo de salvación de parte de Dios: una serpiente de bronce. Con la esencia del mismo veneno se elabora el antídoto. Aquel signo levantado en el desierto pasa a ser el medio de salvación que otorga Dios y que Moisés se encarga de presentarlo. No se habla de ninguna imagen de Dios sino de un signo de su salvación. La salvación pasará por el filtro nuevamente de la confianza, pues para ser salvado tienen que alzar la mirada hacia aquel estandarte puesto por Moisés por orden Dios.

El himno recogido por Pablo en esta carta afectiva y entrañable de Pablo a los filipenses se inserta en la recomendación acerca de la humildad y obediencia. No hay mejor ejemplo a seguir que el del mismo Cristo, que, mostrándose en apariencia divina, se hizo uno de nosotros y desde esa realidad tan débil se hizo obediente hasta “entregar su vida” y morir en una cruz. A partir de allí, se produce la exaltación de quien merece toda alabanza y gloria, porque ha salvado a la humanidad con su obediencia. El plan de salvación ha tenido que pasar por esta bajada del Enviado del Padre, pero solo se puede entender a plenitud con la consecuente subida a la gloria de Dios. Y allí estamos nosotros con él. En el misterio de una muerte de cruz, el signo maldito en la Escritura, se presenta la obediencia de quien da todo por la salvación de los hombres.

La conversación de Nicodemo se extiende y, del bautismo necesario para entrar en el Reino de Dios, se llega a la confesión de que el único mediador de salvación tiene que ser el que ha bajado del cielo, pues es el único que nos puede llevar a él. Juan, relee y propone la relectura justamente del pasaje de Números rescatando sobre todo el sentido del signo de salvación. Pero se detiene mucho más en la exaltación y en la contemplación. Sólo aquel que sea capaz de levantar la mirada y volver a confiar en la presencia de Dios en medio de una realidad tan terrible como la muerte, podrá alcanzar la salvación prometida por el Padre.

Levantar la mirada es recuperar la confianza que se perdió. No es fácil asumir las complicaciones propias de la vida cristiana. La duda y la desconfianza hacen presa muchas veces de nuestro entusiasmo. Pero una y otra vez el Señor nos pide confiar. El camino del desierto fue un largo trecho donde se ponía en juego todo por confiar o no en la ruta de salvación. La comunidad cristiana necesitaba reflexionar la muerte de Jesús como medio de salvación y lo que era un signo de maldición pudiera convertirse en una enseña de bendición y salvación. Todo responde, pues, a un designio salvífico que tiene como única motivación: el amor de Dios Padre. Para Juan no basta que Jesús haya venido a salvarnos del pecado, sino mejor aún, Jesús ha venido por amor a salvarnos del pecado.

Hoy los cristianos tenemos muchos elementos que tienen una carga significativa para fortalecer nuestra fe, como la devoción a los santos, procesiones, rezos, etc. Pero no olvidemos que justamente son signos que nos tienen que llevar a contemplarlo. No podemos quedarnos solo en el signo, sino que debemos llegar al significado. Hoy, miramos al Señor de los Milagros y él nos lleva de la mano a la Eucaristía; hoy observamos a aquel crucificado y él nos lleva al hermano que sufre. ¡Contémplalo ya!

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