¡¡¡SÍ SE PUEDE SER SANTO!!!

Una historia para contar. Era un hombre sencillo y generoso. Su trabajo era: abrir las puertas de la escuela para dejar que todo el alumnado mixto pase y así reciban sus clases. Cada alumno se había identificado con este señor, a quien llamamos “Don Pablito”, a tal punto que le saludaban siempre con una sonrisa. Un detalle que llamó la atención, entre otros, es que se sabía literalmente el nombre de cada alumno, de cada maestro y de muchos padres de familia; que les saludaba con amabilidad y haciéndoles una cruz en su frente con agua bendita. A todos los trataba por igual, y siempre con una sonrisa. Algunas veces un papá o mamá se acercaba en privado para contarle algunas cosas personales. De pronto “Don Pablito”, empezó a faltar al trabajo un día y otro. El que menos lo empezaba a extrañar. A las 2 semanas se enteraron que murió “como un angelito”, fue la expresión de los vecinos donde del barrio donde Él vivía. La noche previa al entierro, los vecinos de Don Pablito, leyeron una carta, ya que no tenía familiar alguno; y en esta carta decía: “Lo único que quise hacer con todos los alumnos, maestros y padres de familia, es llevarles a Dios que es toda bendición”.

Hoy celebramos en toda la Iglesia universal la Solemnidad de todos los santos, y no de los fieles difuntos. Seguro que cuando llega esta festividad de todos los santos, se podría decir: “¿Yo santo? Eso es para los que llegan a los altares, eso es para los que hacen milagros. Eso es para los buenos”.

Para el libro del Apocalipsis cuya primera lectura se ha leído hoy (Ap.7,2-4.9-14), santo es: “el siervo de Dios”, es aquel “que está de pie delante del trono y del cordero”, es aquel que grita a los 4 vientos con fuerte voz: “la salvación es de nuestro Dios”. En un mundo cada día más secularizado, que le da la espalda a Dios o que prescinde de Él, se hace necesario mirar siempre al que es capaz de dar la vida por todos, al que su sangre se derrama constantemente porque grande es su amor. El santo es el que reconoce que no puede vivir sin Dios, en el hoy y aquí de su propia historia.

El amor de Dios es grande, tan grande que nos llama “hijos de Dios” (1Jn.3,1-3). Vive todo el tiempo esperando la promesa de Dios de encontrarse cara a cara con Él. Cuánto ayudará el poner toda nuestra esperanza en el Dios que nos salva y nos redime. Ese amor de Dios debe darse a conocer, eso es vivir la santidad, recibida en semilla en nuestro bautismo. Esta tiene que crecer para que pueda dar buenos frutos.

Seguro que muchos hemos leído o escuchado el pasaje de las bienaventuranzas, hoy las tenemos en la versión de Mateo (5,1-12). Es el discurso del monte. Presenta de manera concreta, Jesús, cómo se puede ser santo. Este está puesto en un programa de vida, quizás muy conocido, pero no sé si tan vivido.

Santo es el que pone su entera confianza en Dios; es la persona que sufre por amor a Dios y amor a los demás; es aquel que no se desentiende de lo que pasa a su alrededor o en todo el mundo; es el que no se siente sólo, que siempre recibe el consuelo de Dios; es el que practica y promueve la justicia, sin perder de vista el tener un corazón de misericordia; es el que tiene “el alma limpia” sin prejuicios, sin dudas, para que pueda ver a Dios de verdad; es el que trabaja siempre por la paz, fruto del Espíritu; es el que no es indiferente al sufrimiento humano, ya que tiene un corazón de misericordia; es el que es incomprendido, no sé si cuestionado o señalado por lo que hace dice de parte de Dios, aunque no le entiendan, sabe que su “recompensa está en el cielo”. Esa es su esperanza, su motivación: agradar a Dios cada día de su vida, como “Don Pablito” que con cosas sencillas, a veces dejadas a un lado, como bendecir en la frente, supo agradar a Dios.

Medios para ser santo, los tenemos a montones y están a nuestro alcance: la oración de cada día, la vivencia y celebración de los sacramentos, las obras de caridad, la lectura de la palabra de Dios, la práctica de las virtudes, la adoración al Santísimo, hablar de Dios donde se encuentre, devoción a la Virgen y a los santos imitando sus virtudes cada día, etc.

Existen santos de a pie y de altar. Los de altar los conocemos, y que ojalá que aprendamos más de su vida para imitar sus virtudes. Pero también existen los santos de a pie, como “Don Pablito” de la historia, que se esfuerzan por agradar a Dios cada día. Los santos son nuestros hermanos mayores en la fe que nos cuidan, nos bendicen, nos inspiran, nos animan. No estamos solos. Contamos siempre con su ayuda.

¿Te diste cuenta que sí se puede ser santo?

Con mi bendición.

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