ESPÍRITU SANTO, MEDIADOR DE COMUNIÓN E IMPULSOR DE LA MISIÓN

Algunas consideraciones de entrada. Litúrgicamente, no celebramos la Fiesta del Espíritu Santo, sino la conclusión del Tiempo Pascual. “Pentecostés” es el vocablo griego para señalar de una forma sencilla la conocida Fiesta judía de las Semanas (shavuot), pues al concluir las siete semanas después de Pascua, se celebraba esta fiesta de peregrinaje a Jerusalén, que al comienzo tuvo motivos agrícolas (primeros frutos), pero luego se instituyó como una solemnidad histórica celebrándose en esta fiesta la entrega de la Ley dada en el Sinaí. Una última consideración, es que no hubo un solo descenso del Espíritu Santo sino repasemos en el libro de los Hechos y descubriremos las múltiples veces que éste bajó sobre los creyentes en Cristo, a lo que le podemos sumar que, según el evangelio de Juan, Jesús mismo fue quien sopló sobre ellos el Espíritu Santo en una de sus apariciones como resucitado. De esta forma, Pentecostés pasó a la tradición de la Iglesia como la inauguración de una nueva etapa en la historia de la salvación: el tiempo de la Iglesia, continuadora de la misión de Jesucristo hasta su segunda venida. Esta parece ser la propuesta de Lucas, siguiendo su evangelio y su obra de Hechos de los apóstoles. Pero los seguidores de Jesús no pueden cumplir su misión encomendada con sus motivaciones y fuerzas humanas, sino con la acción del Espíritu Santo que les ha sido entregado, el verdadero impulsor de la obra evangelizadora de la Iglesia. Por tanto, una nueva entrega se ha dado: el evangelio de la salvación para todos los hombres, y que gracias a la acción del Espíritu Santo que habita en los corazones de los discípulos de Jesús, puede ser entendido por todos los pueblos, cada uno en su lengua. Esta nueva presencia de Dios en la comunidad de cristianos ayuda a discernir la comunión que debe reinar a pesar de los diferentes contextos culturales como en el caso de la caótica ciudad de Corinto. Pablo se siente conmovido por cómo esta comunidad cristiana se hallaba dividida a pesar de su esfuerzo misionero inicial y también después de que fuera visitada por otros apóstoles y misioneros itinerantes. Pablo siente que su proyecto misionero no es entendido por otros misioneros judeocristianos y se ve en la necesidad de motivar al orden en esta comunidad confundida pero también expuesta a las ofertas de las religiones mistéricas que ofrecían también “caminos de salvación”. Por eso Pablo, por medio de Tito, portador de la carta, confronta al exclusivismo judío con la apertura salvífica a todos los pueblos y no solo en ese sentido étnico sino también social (esclavos y libres; hombres y mujeres). Una nueva manera de vivir en comunidad desafía las singulares propuestas judeocristianas y otras más (como la de Apolo), y subraya el rol del Espíritu Santo como mediador de esta comunión y punto de equilibrio en el discernimiento de los dones y servicios en la comunidad. En el caso del evangelista Juan, el Paráclito prometido es infundido por el mismo Cristo concediendo autoridad a la comunidad para perdonar pecados o retenerlos si es el caso. Por donde podamos verlo, la presencia de Dios en esta subsiguiente etapa de la historia salvífica se hace patente y se visibiliza en la vida de los discípulos de Jesús, a quienes se le reviste de una gran responsabilidad, y quienes están llamados a la misión de transmitir esta buena noticia a todos los hombres de la tierra. Al concluir el Tiempo Pascual, renovamos una vez más nuestra vocación misionera que nos lleva a devolver la armonía de esta creación trastocada por el pecado y a invocar con entusiasmo y convicción la presencia del Espíritu Santo que viene a renovar justamente la faz de la tierra. “¡Qué le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el señor!”

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