En el relato que nos hace la primera lectura tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles notamos que los discípulos están reunidos en un mismo lugar, es decir el acontecimiento del descenso del Espíritu Santo se da en comunidad, aunque los beneficios que trae el Espíritu Santo sean individuales, ya que se fue posando sobre cada uno de los que estaban allí reunidos unas como lenguas de fuego. Quedando todos llenos de Espíritu Santo.

Se celebraba entre los judíos ese día la fiesta de PENTECOSTÉS o de las siete semanas, es decir 50 días después de haber celebrado la fiesta de la Pascua, de allí el nombre de la fiesta entre los judíos, y que paso a la comunidad de los discípulos del Señor Jesús con el mismo nombre para celebrar el cumplimiento de la promesa del señor de dar un nuevo defensor.

Los judíos que han venido a celebrar la fiesta de las Semanas en Jerusalén, escuchan extrañados el ruido que a acompañado a la llegada del Espíritu Santo, un ruido como de un viento recio y se acercan al lugar de donde provino aquel ruido y se encontraban reunidos los creyentes que hablaban de las maravillas de Dios.

El apóstol escribiendo a los creyentes de Corinto les recuerda que el Espíritu Santo es el que mueve a la fe y hace reconocer a Jesús como el Señor, además les recuerda a los creyentes que el Espíritu se manifiesta para el bien común, para el bien de la comunidad y del mundo entero, pues todos somos hijos e hijas de un mismo padre, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

El Evangelio nos recuerda lo acontecido aquel día primero de la semana después de la Resurrección, de cómo el Señor Jesús va al encuentro de sus discípulos, que se encuentran reunidos y les da muestras de que realmente es Él y que ha resucitado, para lo cual les muestra las manos y el costado después de desearles la paz. Este encuentro que el Señor hace posible al ir al encuentro de los suyos provoca en ellos una alegría que dura para siempre. Una alegría que debemos compartir con todos a partir del mandato del Señor “como el Padre me ha enviado así también los envió yo”, mandato que debemos realizar ya que también nosotros hemos recibido ese Espíritu Santo que el Señor sopla sobre los suyos.

“…a quienes ustedes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. Se entiende y reflexiona esta enseñanza del señor como base bíblica del sacramento de la reconciliación y hacemos bien en entenderlo así, pero también lo podemos entender recordando aquella frase de la oración del Padrenuestro “…y perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” y de esta manera abrimos la enseñanza del Señor y de esa manera todos quedamos involucrados en la exigencia del perdón que tiene como fuente el hecho que Dios siempre nos perdona, si lo hacemos así, podamos comprender mejor de qué se trata esta enseñanza y podemos recordar que el perdón al hermano es setenta veces siete.

Si perdonamos al que nos ofendió, lo desatamos de su pecado, pero si no lo perdonamos lo dejamos atados a su pecado, pero en el mismo instante en que tomamos la decisión de no perdonar, sucede que nosotros nos atamos al no queremos perdonar y nos quedamos ahí atados los dos nuestro pecado, el ofensor por la ofensa cometida y nosotros por negarnos a perdonar, por no querer seguir las enseñanzas del Señor: “pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo”.

El perdón se otorga al ofensor no porque se lo merezca, sino porque al hacerlo, al perdonar al ofensor me libero de sentimientos negativos, cólera, deseos de venganza, odio, dolor, rencor, pero si no perdonamos, retenemos en nosotros todo eso y que terminan por envenenar nuestra vida.

PARA TODOS USTEDES MI DESEO DE UNA FELIZ FIESTA SOLEMNE DE PENTECOSTÉS. QUE SEA EL ESPÍRITU SANTO QUIEN GUIE SIEMPRE NUESTRA VIDA DE CREYENTES.

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