La solemnidad de la Asunción de María nos recuerda la culminación de su proyecto y función que Dios le propuso realizar cuando ella aceptó ser la Madre del Salvador. Concluida la tarea de María en el mundo el Señor la llama para que la acompañe en el Reino Celestial y desde allí interceda por todos nosotros para la salvación de los hombres.

Hoy el pasaje del Evangelio, la Visitación a su prima Isabel y la respuesta alegre, esperanzada y confiada que María hace en el Magníficat, responde y resume toda la vida de María como discípula en las manos de Dios y como responsable a las expectativas que el mismo Dios había depositado en ella.

La Asunción de la Virgen María es el final gozoso y normal en la perspectiva de una vida de fe. Es el resultado de un proyecto fundamentado en el amor a Dios. ¿A dónde puede ir una mujer que, llamada por Dios para ser la Madre de su propio Hijo, adopta una actitud de disponibilidad absoluta, de generosidad sin límites, de un profundo sentido de humildad y sencillez, de una oblación perenne entendiendo el sufrimiento y el dolor como causa de redención y ofrenda por nuestra propia salvación?. La Asunción nos indica que María alcanzó de modo pleno la vida lograda, merecida y ofrecida por Jesús. María, asociada a Cristo desde su concepción inmaculada, participa también de su glorificación celestial, sin esperar al día de la resurrección final. María está en cuerpo y alma en el cielo, junto a su Hijo, como primicia de la humanidad redimida intercediendo por nosotros. Ella con brazos de ternura y corazón de Madre intercede ante Dios para que cada uno de nosotros vivamos en plenitud, en peregrinaje comprometido como anticipo de nuestra resurrección para acogernos y abrirnos el camino de la eternidad.

En muchos lugares, entre ellos en nuestra parroquia, tienen como advocación este nombre de Ntra. Sra. de la Asunción. Aprovechando esta circunstancia tan especial le pedimos a María Santísima que nos ayude a cultivar y profundizar en sus actitudes. Que seamos personas de fe, de aceptación de la voluntad de Dios, de oración, fuertes ante el sufrimiento y el dolor, sembradores de semillas de esperanza y, siempre, discípulos y testigos del Señor según el testimonio y el ejemplo que ella nos ofrece durante toda su vida

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