Queridos amigos

En esta Gran Fiesta del Corpus Cristi, ¿qué les parece que es lo más importante que celebramos? ¿La última Cena de Jesús, en la que el pan y el vino, convertidos en su cuerpo y sangre, se nos dan en comida?, como lo insinúa el evangelio de hoy (Mc 14, 12-16. 22-26). ¿La Nueva Alianza de Jesús? ¿A Jesús Hostia que quiere entrar en intimidad y comunión con nosotros? ¿El Pan de Vida, que nos da fuerza para vivir como cristianos? ¿El ser Memorial de la Muerte y Resurrección del Señor? Sin duda, todo eso y mucho más. Pero sobre todo el ser Memorial de la Muerte y Resurrección de Jesucristo. “Hagan esto en memoria mía”, dijo Jesús (Lc 22,19)

Ciertamente cuando el Pueblo de Dios estableció la celebración del Corpus Cristi, lo hizo llevado por su gran fe, amor, admiración y gratitud a Jesús Eucaristía. El Dios y Hombre verdadero, que quiso quedarse para siempre con nosotros, como amigo bueno y fiel, para acompañarnos y ser alimento en nuestro caminar. Lo que había pasado en la última Cena, había sido demasiado bello y grande como para dejarlo ahí no más, y hasta ensombrecido por la traición de Judas y la muerte de Jesús. Era justo y necesario fijar un nuevo Día en el calendario de la Iglesia para festejar con el máximo esplendor y nuestra máxima confesión de fe el Corpus Cristi, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, como la liturgia lo llama hoy.

Esta visión y celebración de Jesús Eucaristía en esplendor y gloria es, sin duda, lo que más ha contribuido en la formación y valoración de la eucaristía por parte de los fieles. Es sin duda una actitud positiva y encomiable, sobre todo cuando se la compara con la de quienes van a la misa “por costumbre” o “por cumplir”. Hoy hablamos de participar en la misa. Pero será bueno que esta participación no se nos quede en lo exterior, por ejemplo en cumplir con ciertas posturas que tomamos (de pie, de rodillas, sentados), respuestas que damos (al empezar la Plegaria Eucarística, al “Oren Hermanos”, cuya respuesta aún no sabemos bien, etc); gestos que hacemos (al signarnos con la señal de la cruz, darnos la paz, recibir la comunión), etc.

La participación que se nos pide debe ser ante todo interna, llenando “de espíritu y verdad” cuanto hacemos y decimos en la misa. Debe ser, sobre todo, pascual, de modo que haga “mía” la Misa del Señor -(uniendo mis luchas y muertes de cada día, así como las del mundo, a las del Señor y ofreciéndolas con Él y por el Espíritu al Padre Dios por la salvación de todos). Sólo así la eucaristía (misa,  comunión y “adoración”), será memorial o renovación de la muerte y resurrección de Jesús; y memorial o recordatorio de que en cada misa nos toca morir y resucitar con Él, empezar una Nueva Vida con Él.

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