Queridos amigos

La Ascensión del Señor, que hoy celebramos, es el otro nombre que damos a la glorificación de Jesús. La cuentan Marcos y Lucas, que le dedica dos relatos: uno breve cerrando su evangelio (Lc 24, 46-53) y otro más largo abriendo el Libro de los Hechos o Historia de la Iglesia (He 1, 3-11). “Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre…”, es cómo el Credo de los Apóstoles describe la glorificación de Jesús. Una manera popular de decir que se fue a la gloria del Padre, quien le dio todo poder en el cielo y en la tierra. Veamos otras consecuencias de la Ascensión.

  1. de repente y sin quererlo, los apóstoles (la iglesia que Jesús fundara (Mt 16, 18-19), obtienen mayoría de edad. Hasta entonces habían sido e ido siempre como niños, de la mano del Señor, dependiendo por entero del Maestro. ¿No es lo que aún nos pasa a nosotros, haciendo que la Iglesia parezca más niñera que madre? Sin iniciativa, sin madurez personal y grupal, como esperando que Jesús siga haciéndolo todo… Es el primer impacto que sufrieron los apóstoles, que se quedaron absortos viendo desaparecer al Señor, hasta que reaccionaron o, mejor, un par de ángeles les hicieron reaccionar y asumir sus responsabilidades (He 1, 10-14).
  2. de repente y sin quererlo, se dan cuenta de que la misión de Jesús está en sus manos y que debe continuar. ¡Tremenda misión! Recordando el mandato del Señor, tendrán que asumir la tarea de ser sus testigos (He 1,8), de ir por todo el mundo, de bautizar en Su nombre y de anunciar la Buena Nueva a toda la creación… (Mc 16,15). Es lo que hicieron y brillantemente. Pero es lo que aún no hacemos nosotros. Nos cuesta aceptar que somos los continuadores de la obra de Jesucristo y de Jesucristo mismo, y que cada uno y todos juntos, tenemos un deber que cumplir. Actuamos como si la evangelización del mundo correspondiera a otros, a los misioneros, a los obispos…
  3. de repente y queriéndolo, el Espíritu prometido por Jesús iba a llegar a ellos. No sabían muy bien de qué se trataba, pero sí confiaban plenamente en Él, pues Jesús les había asegurado que con Su Espíritu todo les iría mejor (Jn 16,7). Sería el gran regalo de Dios Padre, que les recordaría las cosas que Él les había enseñado, les llevaría por el camino de la verdad, sería su Consolador y Defensor, iría delante de ellos dando testimonio a favor de Jesús y los haría testigos creíbles y eficientes del Reino… Los apóstoles se dieron ánimo y regresaron a Jerusalem, donde, junto con María, se pusieron a pedir y esperar la llegada del Espíritu Santo (He 1, 14).

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