¡Prepárense!

Volteamos la página de nuestro calendario litúrgico y abrimos un tiempo nuevo. La novedad y frescura del adviento, conjugan con el final del año civil y la premura que este tiempo trae. El cansancio y el agotamiento ya se hacen sentir en el quehacer cotidiano, lo que lleva a priorizar actividades o situaciones, y dejar de lado otras. Ante esta realidad, la liturgia nos exige algo que podría resultar contradictorio: Estar preparados.

Ya desde hace unos años, vamos sintiendo que la vida corre más rápido que el mismo ritmo de la vida. Ello ha calado incluso en nuestra vida cristiana, que, para esta fecha del año, inicios del último mes, las actividades ordinarias se hacen más tensas y complejas, y la cotidianidad nos hace olvidar o descuidar nuestro ser vigilante, alertas, atentos, ente la posibilidad de un cambio o comienzo de un tiempo nuevo con la venida del Señor, esto nos viene a recordar el Adviento, a estar preparados siempre a la llegada del Señor.

Es así, que la palabra del Señor irrumpe y nos recuerda que algo radicalmente nuevo con el Adviento, este tiempo de preparación y espera del Señor para que se haga presente en nuestra vida, haciéndose parte de nuestra condición de humana y volver con gloria para su reinado definitivo y perenne.

Esto exige preparación, y es la llamada de atención que quiere hacer el evangelio. Jesús hace uso de su carácter profético, e intenta “sacudir” los corazones de los hombres, apelando a un periodo trágico y de mucho relajamiento, como ha quedado plasmado a través del mito de Noe. Un periodo en el cual, a pesar de las advertencias, a pesar de los gritos de Noe, nadie supo entender que la presencia del Dios era inminente a través de un diluvio.

Sin embargo, entendemos que el sentido de Esperanza, que nos regala el adviento, no debe llevarnos a pesar en un tiempo catastrófico, al contrario, la llegada del Señor nos hace ver que la vida se renueva y que puede hacer de nosotros, hombres y mujeres distintos, valientes y renovados, sin el despiste del fin del año, haciendo las cosas a medias porque sentimientos que el tiempo se acaba, viviendo sin sentido, atosigados por el ruido del consumismo desmedido, que en palabras del Papa Francisco, es un virus que afecta la fe y ha anestesiado  el corazón de los hombres, y que solo ha llevado a la deshumanización de nuestras relaciones sociales, y muchas veces, nuestra relación de tú a tú con el Señor.

Ahora bien, San Pablo hace eco de este mensaje, la carta a los Romanos nos hace ver que la salvación esta cerca, y siempre debe estar cerca. No hay conocimiento del cuando o del momento, pero si debemos pensar que está cerca, para poder sentir la Esperanza gozosa de la venida del Señor, y así, poder estar preparados siempre.

Finalmente, teniendo en cuenta estas ideas, es que podemos entender el sentido del Adviento, esta fiesta romana que celebraba la llegada un personaje importante, no solo desde el momento en que se hacía presente, sino desde antes, con una preparación previa, que sensibilizaba a las sociedades del tiempo. Esta fiesta cobra un nuevo sentido para los cristianos, y la asume como un tiempo más prolongado, quizá en días o semanas, pero con un tiempo de espera continua, un tiempo de preparación constante, una necesidad de estar siempre atentos a la venida del Señor, no en la lejanía del futuro distante, sino en la mirada del presente, para lo que debemos prepararnos y comenzar siempre un nuevo camino.

¡Qué la Esperanza permanezca siempre en nuestras vidas!

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