CON AGUA Y ESPÍRITU SANTO

Con el bautismo de Jesús se inicia el tiempo mesiánico, el tiempo de la irrupción del Reino frente al poder del mal. Juan no es el Mesías y los cuatro evangelios se dedican a poner su respectivo lugar al ministerio de Juan: inferior al que había de venir. El libro de Isaías nos hace recordar la profecía del Siervo de Yahvé, aquel en quien el Señor puso su confianza, le infundió su Espíritu, para promover la justicia verdadera. Israel está llamado a imitar a este Siervo con lo cual queda confirmada la mediación más efectiva capaz de salvar a todo el que se halla en medio de las tinieblas del pecado.

La apertura de la salvación a toda la humanidad es proclamada sin temor por los cristianos, y la tradición de Pedro lo subraya con claridad. En el contexto del ministerio de Juan, Jesús fue ungido de lo alto para hacer todo el bien que pueda, expulsando a los espíritus del mal y curando a los oprimidos por el diablo. El mensaje salvador no puede quedarse en la fe de Israel, esta debe ser compartida a todos los hombres. Esto llevará a posturas contrarias a este pensamiento dentro de la comunidad. Pero la advertencia está dada para quien desconfía del proyecto salvífico de Dios revelado a los hombres en Cristo Jesús.

Para Mateo, es preciso descartar de plano que Juan el Bautista sea el Mesías, y decide aumentar a la narración base un dialogo entre Juan y Jesús. Allí se nota claramente la sumisión de Juan a la identidad y misión de Jesús, resaltando que es preciso actuar “por justicia”, es decir, siguiendo la voluntad de Dios. En esta oportunidad, es el evangelista quien describe para el lector lo sucedido. Se abrieron los cielos como signo del designio divino en la historia de la humanidad, la acción del Espíritu de Dios – como en los profetas del AT – que baja como una paloma posándose sobre él, y se escucha una voz del cielo que proclamaba abiertamente que Dios ha presentado a su Hijo, el amado y su predilecto a quienes quieren acogerlo como el Mesías Salvador.

El bautismo de Juan era netamente simbólico, para disponerse a esperar la intervención salvífica de Dios. El bautismo cristiano, manifestado vivamente por el descenso del Espíritu Santo lleva al cambio rotundo de orientación en la vida. Siendo el Ungido del Padre, está llamado en primer lugar a acoger a los hijos de Israel que crean en su Palabra y luego a todo aquel que confiese que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios. ¡Gracias Señor, por nacer para el mundo entero! Dios quiera que logremos la paz, y el bienestar para todos, en esta casa común dada para una recta administración del ser humano que debe pensar siempre en sus hermanos.

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