Queridos amigos

El bautismo de Jesús por Juan (Lc 3,15-16. 21-22), nos da pie para hablar del bautismo que trajo Jesús. Y que es en el que ustedes y yo hemos sido bautizados. Un bautismo en el fuego del Espíritu Santo, como lo describió el mismo Juan (Lc 3, 16), cuyos discípulos se llenaron de envidia cuando Jesús empezó a bautizar y toda la gente se iba con él (Jn 3,26). ¿Bautizó mucho Jesús? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que habló apasionadamente de su bautismo; que empezó y terminó su vida hablando de él; y que cifró en el mismo las cosas más grandes del Reino de Dios (Jn 3, 5) y del Evangelio (Mt 28, 19)

Siguiendo lo que Jesús enseñó al congresista judío Nicodemo (Jn 3, 5), solemos decir que el bautismo es un sacramento, que, por medio del agua y del Espíritu Santo, nos hace nacer a la vida de Dios. El Padre, de quien nos hacemos hijos por el bautismo, y el Hijo, que se convierte en nuestro hermano mayor, nos hacen participar en su vida divina por medio del Espíritu Santo.

A la gente le cuesta entender que el agua, aunque imprescindible para el bautizo, no hace nada, que está ahí sólo como un signo (de limpieza y vida). Sólo para indicar que el Espíritu Santo hace en la persona de quien se bautiza lo que el agua hace en la naturaleza, a saber, limpia y da vida (¡Nuestra costa sería un vergel si tuviera agua!). El Espíritu limpia del pecado original y da la vida de Dios. Esto último  -la vida divina que recibe el bautizado-, se da cuando el bautizante invoca al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, mientras derrama el agua sobre la persona. Por esta invocación, que para algunos cristianos suena a fórmula mágica, como un abra cadabra del bautismo, el Padre Dios adopta como hijo suyo al bautizado, el Hijo lo llama su hermano y el Espíritu Santo le ayuda a que ambas cosas sean una realidad. En especial a que sea un buen cristiano dando testimonio con Él de Jesucristo.

Ser cristiano es ser de Cristo (Ga 3, 29; Col 2,12), como ser peruano es ser del Perú. Con todos sus derechos, obligaciones y funciones. Entre estas últimas, las de ser, ante todo, sacerdote, profeta y rey, que le vienen al bautizado por ser otro Cristo, que fue y es sacerdote, profeta y rey. Al modo de Jesús, como sacerdotes ofrecemos a Dios cuanto hacemos (que es lo que hace el sacerdote), y como profetas y reyes enseñamos y guiamos por el buen camino, yendo nosotros por delante. Recordemos frecuentemente que somos unos bautizados y preguntémonos frecuentemente si actuamos como sacerdotes, profetas y reyes.

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