Queridos amigos

El evangelio de hoy nos lleva a contemplar la Transfiguración del Señor (Mt 17, 1-8). Nos hace subir al monte Tabor con los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, y nos hace ver cómo Jesús va cambiando de apariencia, Él y su ropa. “Su cara brillaba como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz”. Un nuevo asombro: “… Moisés y Elías, en persona, están hablando con Jesús”. ¡Quedémonos aquí para siempre!, grita Pedro, extasiado y como fuera de sí. Esto es el acabose, piensa cuando caen en tierra al oír la voz de Dios desde la nube. La Transfiguración de Jesús la traen también, con ligeras variantes, Mc (9, 2-10) y Lc (8.28-35). Y la han analizado, desde todos los ángulos, miles de biblistas y comentaristas, de todos los tiempos y lugares, lo que nos habla de su importancia.

Para Jesús la Transfiguración entraña ante todo dos cosas: 1, es la mayor de sus epifanías o revelaciones de quién es Él, y 2, es un anticipo de su resurrección y gloria en el cielo. 1. Epifanías de quién es Jesús hay muchas y elocuentes en los evangelios, pero la de la Transfiguración es integral, ya que manifiestan quién es Él: la naturaleza (al poner a su disposición las leyes físicas); la historia (al presentarse como sus servidores el Gran Moisés, amigo de Dios y pastor de su pueblo, y Elías, el gran profeta y refundador de Israrel); y el Padre Dios (al ratificar que Jesús es su muy querido Hijo y que hay que escucharle = cumplir lo que Él diga). 2. La otra cosa que la Transfiguración entraña es que es una anticipación y pregusto de lo que Jesús será y cómo parecerá al resucitar y estar en la gloria de Dios Padre. Gloria con la que vendrá y le veremos en su segunda llegada.

En relación con nosotros Jesús se transfigura; 1, para animar y reforzar nuestra fe, que a veces tambalea; 2, para darnos ejemplo de cómo también nosotros podemos cambiar y transformarnos, y 3, para hacernos ver que un día brillará la luz que somos y que ahora está opacada por el cuerpo. Voy a referirme sólo al efecto nº 1 de la Transfiguración

Unos días antes de su Transfiguración, Jesús había anunciado a los apóstoles y a la gente que se acercaba su fin: que las autoridades judías lo iban a matar…, que habría de sufrir mucho (Mt 16,21). La noticia conmocionó tan negativamente a los apóstoles, a Pedro en especial, que Jesús sintió la necesidad de hacer algo extraordinario para revertir la situación. Algo que, cuando pasase lo peor (su pasión y muerte en la cruz), recordasen más allá de las apariencias, quién era realmente Él. Algo que reafirmase su (y nuestra) fe y confianza en Jesús, pese a todo. Ese algo fue la Transfiguración, que fundamenta nuestra fe en Jesús por encima de todo.

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