PONIENDO EN PRÁCTICA LO QUE CELEBRAMOS

Es importante tomar conciencia de lo que celebramos en esta Solemnidad. En primer lugar, etimológicamente “Pentecostés” es una palabra griega que significa “cincuenta días”, y está asociada a la fiesta de la Pascua judía, pues señalaría el tiempo que transcurre hasta esta otra fiesta judía denominada en hebreo Shavuot, Fiesta de las Semanas. En su origen, parece ser una fiesta de carácter agrícola en la que se ofrendaba las primeras cosechas a Dios, pero luego en el período de estabilidad se conmemoraba la entrega de la Ley al pueblo en el Sinaí. Los cristianos, en su relectura del Antiguo Testamento, asumen también las fiestas judías como prefiguraciones y les otorgan un plus nuevo de significación. Así, ante la importancia de la Pascua, donde se hacía memoria del triunfo de Cristo sobre la muerte, entienden que tal Misterio de redención desde el punto de vista celebrativo, es preciso concluirlo con otra solemnidad asumiendo así la fiesta de Pentecostés como el momento de la proclamación de la Buena Noticia de Cristo más allá de las fronteras de Israel, para el mundo entero. Así, litúrgicamente, con esta solemnidad concluimos el Tiempo Pascual. Para el proyecto teológico del autor de Hechos, resultaba importante ofrecer un punto de origen a la misión de la Iglesia una vez vuelto Cristo al Padre, y así tenemos este fragmento de la venida del Espíritu Santo sobre el núcleo de creyentes, discípulos de Jesús, en Jerusalén. Quizá el objetivo de la narración haya sido confirmar que el tiempo escatológico de la salvación ha llegado y este se manifiesta con la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y la capacidad de “profetizar” por parte de los judíos cristianos a todo el mundo de aquel entonces, representado en todos esos peregrinos (muchos judíos de la diáspora) que pueden entender “las maravillas de Dios”. ¿Qué significa, entonces, vivir según el Espíritu? Pablo se está dirigiendo a los gálatas, gente que había pasado de una religión pagana a aceptar la fe en Cristo Jesús. Todo aquel que acepte la Buena Nueva no solo profesa de boca la fe, sino que debe manifestar esta realidad en sus actos. De esta manera, al dejarse guiar por el Espíritu le conduce a la madurez de vivir en absoluta libertad, que es la mayor expresión del mandamiento del amor. La crítica de Pablo es que estos gálatas se habían dejado convencer por misioneros judeocristianos, partidarios de que estos debían ser judíos antes que cristianos, viéndose en la penosa tarea de mirar las cosas desde las prohibiciones y las exigencias de la Ley, lo que considera Pablo un retroceso en la evangelización habiendo ganado antes la percepción de la libertad y del amor. Esto es lo que considera Pablo como “obras de la carne”. Pablo considera que estar pendiente de la Ley te lleva a la imposibilidad de luchar contra los ímpetus y deseos naturales que al final te desordenan y confunden (aquí se entiende porque usa este catálogo de vicios). Pablo exige a los gálatas que aprecien los frutos del Espíritu en el creyente que se deja guiar por el Espíritu. No es que las obras fueran un efecto posterior a la gracia, sino que es más bien la expresión de que la gracia ha trasformado a vida del creyente cristiano. La tradición del evangelio de Juan, ve importante resaltar la misión del Espíritu de la verdad que es entendido como promesa en el contexto del momento previo de la Pasión del Señor. Para el evangelista, es importante considerar que en el momento preciso de la muerte del Señor las cosas no estaban tan claras, el misterio de la redención superaba la capacidad humana de comprenderlo, pero una vez manifestada la resurrección y la efusión del

Espíritu de parte de Jesús a los suyos, se entendería cuán necesaria se hace la presencia de este Espíritu de la Verdad. La Iglesia sigue el derrotero de la misión, sigue dando a conocer al mundo la acción salvífica de Dios, pero es preciso tomar conciencia de que esto no es una empresa humana, sino consiste más bien en la acción del Espíritu que hace posible hacer vivir al ser humano en la verdadera libertad. Quien ha encontrado que el Espíritu actúa en él jamás hará daño a su prójimo: ese es un ser humano libre, redimido, es quien vive según el Espíritu. Hoy parece que hay muchas cosas que también no entendemos, pues pidamos el auxilio del Espíritu, no tanto para que podamos “comprender racionalmente las cosas”, sino para asumir más y mejor la cosas como parte de un plan salvífico que no puede contraponerse a la felicidad del hombre. ¡Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la tierra!

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