El evangelio de hoy nos presenta el conocido pasaje de dos discípulos del Señor que, camino de Emaús, se sienten desencantados por la muerte del Maestro y, abandonando Jerusalén, lugar de la tragedia y de la decepción primera, pretenden refugiarse en un pueblo, probablemente el de su procedencia, para reemprender la vida. No recuerdan la promesa que el Señor les hace de resucitar al tercer día y sienten la añoranza de las experiencias pasadas acompañándolo en la instauración del Reino como un sueño roto, lejano y confuso. La esperanza puesta en el Señor queda desvanecida con su muerte y lo más sensato les pareció “volverse a casa”; retornar a la rutina de siempre; refugiarse en una nostalgia estéril; reconocer que la fe se había apagado; todo había sido una ilusión.

Jesús se les aparece y, aunque no lo reconocen al principio, notan confusamente una presencia especial, “les arde el corazón” al explicarles las Escrituras y en la Fracción del Pan. Les sacude de su desencanto porque les demuestra que camina y vive con ellos a partir de la resurrección. Los gestos tan sencillos de explicar la Palabra de Dios y partir y compartir el pan son el signo del encuentro con Jesús. Este encuentro con el Señor resucitado transforma el pesimismo en esperanza, la incertidumbre en seguridad, la frustración primera en testimonio de la presencia de Cristo resucitado en medio de ellos.

Aquellos decepcionados discípulos, a partir de aquel atardecer iluminado por la presencia gratificante del Señor, pierden el miedo a la oscuridad, se animan mutuamente, reafirman la fe en el Señor resucitado, crece su fidelidad en el seguimiento y se comprometen a dar testimonio de la experiencia vivida.

También nosotros podemos sentirnos tristes y decepcionados por acontecimientos imprevistos y negativos que surgen en nuestra vida pero el Señor camina a nuestro lado y nos acompaña para revertir esas situaciones que nos atenazan. Hay que tener apertura de espíritu, ojos limpios, claros, llenos de fe para reconocerle. Leer la Escritura, abrirnos a sus luces, participar en la Eucaristía, reemprender el camino desde el apoyo del diálogo con quienes nos sentimos cercanos, nos ayudará para descubrir la presencia del resucitado que nos llena de paz.

Preciosa catequesis la del evangelio de hoy que contiene toda una pedagogía de la fe. Intuir la presencia del Señor en los acontecimientos ordinarios de la vida, dejarnos abrir a la oferta de su Espíritu que se manifiesta en la Escritura, en el compartir con los hermanos, en la vida sacramental… medir el ritmo de los tiempos sin prisas agobiantes y sin pausas que adormecen, testimoniar al Señor en un mundo de cierta increencia, serán algunos de los rasgos que podemos deducir de este pasaje tan atrayente y actual.

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