DISCERNIMIENTO Y SABIDURÍA

La reflexión sapiencial del judaísmo (especialmente la tardía posterior al exilio) llegó a la conclusión de que, quien cumple la Ley es capaz de alcanzar la verdadera sabiduría. Por eso, el libro del Eclesiástico no duda en afirmar que el sabio es el que teme al Señor. De esta forma, el conducir la vida hacia la felicidad solo puede sostenerse desde el cumplimiento de la Ley de Dios. Obviamente, un tema preocupante para sostener esta hipótesis era el origen del mal. De allí que el fragmento que escucharemos hoy plantea el cuestionamiento de aquel que pretende justificar su pecado porque Dios no le favorece o lo ha desviado de ese camino a la felicidad como si de Dios dependiera eso no reconociendo su responsabilidad. Dios ha ofrecido un medio, la Ley, para que el ser humano con su inteligencia haga un discernimiento necesario, porque de eso depende alcanzar la sabiduría que le invite a vivir bien y mejor. Es la afirmación de la libertad y la responsabilidad en el ser humano. Esto tiene como consecuencia aceptar su pecado cuando haya tomado una decisión incorrecta y como se ha dicho a no justificar sus malas decisiones diciendo que Dios no le ha ayudado en ello.

El Salmo 118 es un largo salmo de meditación sapiencial en torno a la Ley dispuesto de modo alfabético. En este salmo se destaca sobre todo la felicidad de aquel que orienta su vida en la Ley pues ha descubierto que Dios en ella le ha dejado marcada la ruta segura de su infinita voluntad. De allí la importancia de que siempre uno se goce aprendiendo y meditando la Ley no solo para conocerla sino para aplicarla en la vida por siempre.

En la segunda lectura, Pablo continúa con su disertación a los corintios en el contexto de la defensa de su predicación de “la locura de la cruz”. Corinto, era una gran urbe comercial griega en el siglo I d.C., donde era muy fácil poder llevar una vida licenciosa conjugada con los aportes de oradores y charlatanes que ofrecían el deleite de la elocuencia a la gente justificando hasta lo injustificable. En medio de ese desorden, el apóstol de los gentiles propone a los cristianos de esta ciudad a mantenerse firme en la opción de vida asumida y que consiste en aceptar la sabiduría misteriosa, divina, ofrecida por Dios a los hombres y que no se puede comparar con la ineficaz sabiduría de este mundo. Esta vez el elemento de discernimiento es el evangelio de Cristo, el asumir como él la muerte al pecado y la apertura a una vida nueva, la salvación. Pero esto sólo puede comprenderse con la luz del Espíritu que viene a ayudarnos a comprender este misterio de la redención de Dios en Jesús. ¿No estamos hoy también en medio de una gran confusión acerca de lo que es correcto o lo que se entiende por sabiduría? ¿Acaso la experiencia de la vida no cuenta y solo hay que depositar nuestra confianza en ideologías y pensamientos bien elucubrados? ¿Dónde está el temor de Dios en todo esto? ¿Por qué no imploramos la luz del Espíritu para ayudarnos a comprender desde la fe lo que vivimos?

El evangelio nos ubica nuevamente en el sermón de la montaña y estamos en la segunda parte del mismo. Jesús, como buen judío, no se va poner en contra de la Ley, sino que se presenta como su auténtico intérprete (superando a Moisés). Por tanto, no ha venido a abolir la Ley sino a darle su verdadero lugar dentro del plan salvífico de Dios. De allí que haga una clara comparación entre la justicia (entendida como “cumplir la voluntad de Dios”) de los fariseos y la superlativa justicia que deberían demostrar sus propios discípulos. La temática de esta sección es conocida como “las antítesis de la Ley”, pero que tienen como sentido fundamental no restringirse al solo hecho de lo que especifica la Ley para actuar correctamente sino más bien en ser capaces de purificar toda mala actuación desde el pensamiento – las consideraciones previas a lo que pueda suceder -, que perjudique sin duda la vida de los demás. Si uno es capaz de luchar y vencer las insidias del pecado en lo poco, podrá triunfar y superar las grandes ofensas contra Dios, contra uno mismo y contra los demás que están justamente señaladas en la Ley. Si hablamos de la formación del carácter dentro de la propuesta del evangelio no hay punto medio, o es sí o es no. Dentro de los parámetros normales de la vida de los hombres, insultar siempre será dañino, desear algo que no se debe puede llevarnos a tomar decisiones equivocadas, pero pienso que se busca más justificar todo con tal de no asumir la responsabilidad de nuestros actos, y no pensamos que tales situaciones nos deben llevar a formar conciencia, saber discernir a tiempo y saber decir sí o no en el momento oportuno. Dios nos ha dado a su hijo Cristo como modelo de vida justa y un medio necesario para medir nuestro actuar: el Decálogo. A ponernos manos a la obra en esta tarea complicada, hoy más que nunca. La fe en Cristo no nos debe llevar a entender la Ley como una “camisa de fuerza”, sino como la mejor posibilidad de discernir antes de actuar para ser mejor persona y ayudar a que otros también lo sean. ¡Dichoso el que cumple la voluntad de Dios!

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