El evangelista San Lucas nos presenta en el evangelio del día de hoy la llamada que el Señor hace a sus discípulos. Inmediatamente después de la decisión que toma de instaurar el Reino y de ponerse en camino para lograrlo, el Señor se da cuenta que necesita personas que lo acompañen para que estén con Él, aprendan de su experiencia, asimilen el mensaje y posteriormente anuncien “lo que han visto y oído”. Ante las palabras del Maestro los discípulos reconocen al Señor que en la mentalidad judía es una afirmación de fe en la mesianidad de Jesucristo. Confesar que Jesús es el Señor supone en los discípulos una gran disponibilidad y acogida para entregarse a la aventura de una fe confiada que implica subordinar todos sus proyectos a las exigencias del Maestro y entregarse a su compromiso de vida con todo su ser.

En toda vocación de respuesta al Señor surge primero una iniciativa de Dios que nos invita, desde el discernimiento de nuestras opciones y desde la respuesta de la voluntad con una actitud libre, a responder con alegría y compromiso hacia una misión determinada. El Señor se sirve de personas sencillas, humildes y desprendidas para motivarles y convencerles en el ejercicio de la santidad de vida y en la urgencia y necesidad de la proclamación del Reino.

La llamada del Señor a la instauración de su Reino es dinámica, permanente y universal. Todos estamos llamados a cooperar en la obra de Dios; ese es el verdadero sentido del bautismo. Este evangelio nos compromete a renovar día a día nuestra condición de llamados a crecer en santidad, a fortalecer nuestra identidad cristiana y a proclamar el mensaje salvador del Señor. En un mundo de cierta indiferencia religiosa, de incomprensión y hasta de rechazo de los valores del Reino el evangelio proclama que “la pesca” puede ser milagrosa cuando la audacia y la valentía nos anima a “remar mar adentro” y a superar nuestros miedos e inseguridades con la confianza plena de quien nos acompaña en nuestro caminar.

Hoy, a la luz del Evangelio, el Señor también nos exhorta a “remar mar adentro”. A superar nuestros temores, inseguridades, tibiezas y costumbres que nos paralizan y poner la mente y el corazón en objetivos más comprometidos y valientes que nos impulsen a irradiar la luz del evangelio a los hombres.

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