Queridos amigos

En su evangelio (Lc.5,1-11), Lucas nos traslada hoy de la Sierra de Galilea al Mar de Tiberíades. Aquí la gente se agolpa para escuchar la palabra de Jesús, quien ve por conveniente subir a la barca de Simón para seguir hablando, pero un poco apartado de la orilla, por seguridad. Simón Pedro y los hijos de Zebedeo (Santiago y Juan), a quienes ha venido a buscar, están ahí, limpiando las redes después de una larga noche de trabajo sin pescar nada. Se conocen con Jesús desde hace un tiempo (Jn 1,35-45) y están a la espera de que les llame para seguirle definitivamente, como pescadores de hombres, al decir de Jesús (Lc. 5, 10)

La pesca milagrosa, que hacen a pleno día con Jesús, los llenará de asombro y reforzará su decisión de dejarlo todo y de seguirle, como de hecho lo hicieron (Lc 5, 11). El milagro, -un signo o manifestación de quién de verdad es Jesús-, presenta detalles interesantes, que Lucas ha recogido en frases que se han hecho de antología y que ustedes recordarán. Jesús: “¡Rema mar adentro…”! Pedro: “¡En tu nombre echaré las redes!” Jesús: No temas… Serás pescador de hombres!” Es bueno recordarlas. Por falta de espacio, yo me referiré aquí sólo a dos de ellas.

“¡Rema mar adentro!”, ¿no les recuerda la Gran Misión de Lima, que llevamos adelante entre los años 2003-2006, preparando la visita del ahora san Juan Pablo II? Es también una invitación a ir siempre más allá, más alto y más lejos. A vivir por un ideal. A seguir a Jesús, sin importar las dificultades y sin temores. “¡En tu nombre echaré las redes”, donde más importante que echar las redes es echarlas en el nombre del Señor. Pedro y sus compañeros habían estado echando las redes durante toda la noche, sin pescar nada. Ahora bastó que echara las redes en el nombre del Señor, por deferencia a Él, para que se hiciera el milagro…

Hacer las cosas en el nombre de Dios, para ello los cristianos tenemos una hermosa oración, breve y contundente, con la que nos santiguamos: la señal de la cruz. Con ella invocamos a la Santísima Trinidad y hacemos sobre nosotros la cruz salvadora de Jesucristo, que son los dos grandes misterios de nuestra fe. Pero no sólo los invocamos, sino que es en su nombre que hacemos todas las cosas. Desde empezar el día al levantarnos, hasta acostarnos en la noche, salir de casa, ir al trabajo, viajar, etc. Lamentablemente solemos “comernos” el comienzo de la oración: “en nombre de…” pues lo decimos tan rápido que ni nos damos cuenta. Les invito a retomar la costumbre de hacer la señal de la cruz. Como los apóstoles, veremos milagros.

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