Tú eres la Salvación, Señor

A puertas de terminar la Santa Cuaresma, deberíamos hacer una evaluación: ¿cómo he vivido todo este tiempo fuerte de gracia, de conversión y de bendición?, ¿le he dado el tiempo que Dios se merece?, ¿qué distracciones me han alejado de la mirada de Dios?, ¿fue, Dios el centro de mi vida y de mi actuar en esta cuaresma que está por terminarse?, Dios me pidió conversión, ¿me esforcé en vivir este reto de convertirme cada día? etc. Entramos en la recta final. Queda ya poco tiempo para celebrar los grandes misterios de nuestra Fe cristiana (Semana Santa). Y las lecturas tienen un matiz especial. El Salmo 129 nos quiere recordar que sólo de Dios mismo nos viene toda la misericordia, y de manera abundante, con el fin de redimirnos, ya que sólo de Dios mismo viene el perdón.

Dios quiere infundir su espíritu, para vivir, redimir nuestra vida: “Les infundiré mi espíritu y vivirán” (Ez.17,12-14). Tarea del creyente: estar siempre abiertos al Espíritu de Dios en nuestra vida, para vivir. Quiere nuestro buen Dios abrir los “sepulcros” de: la indiferencia, de la falta de fe, de amor, de esperanza, de la falta de ánimos, del desgano…

Siempre nuestra vida tiene sentido en Dios, porque está con nosotros y nos ama. ¿Seré de aquellos que pueden agradar a Dios que nos muestra su amor? San Pablo reconoce que todos estamos sujetos al Espíritu (cf.Rom.8,8-11). Y la razón es: “El Espíritu de Dios habita en nosotros”. Si el Espíritu de Dios no habita en nosotros, entonces el espíritu del “mundo” hace vida en mi propia vida, y estaré muerto en vida. ¿Eso es lo que quiero para mí o para los demás? Al estar muerto, no puedo ver la luz, y si estoy vivo podré ver la luz.

Cuando un familiar, un amigo, un ser querido muere, normalmente nos duele, nos acongoja, nos desanima, y en otros casos nos preguntarnos: “¿por qué, Señor te lo llevaste?, ¿por qué te llevaste a mi Padre, Madre, esposo, esposa, hijo, amigo?” y empieza como una especie de “pelea espiritual con Dios”. ¿Saben cuál fue “la pelea” que tuvo Marta con Jesús?: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano” (Jn.11,3-7.17.20-27.33b-45). Pero a la vez, albergaba una esperanza: “sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá”. El evangelio nos muestra una cercanía muy particular con toda la familia de Lázaro, es más, lloró por él porque era su amigo, se quedó con ellos varios días: desde que estaba muy enfermo, pasando por la muerte de Lázaro, hasta que pudo resucitarlo para restaurar la esperanza perdida. Eso hace Jesús y mucho más.

Una de las verdades de fe que está en nuestro credo es que Dios es “Todopoderoso”. Parece que todavía que no tomamos conciencia de esta gran verdad de fe. Siempre Jesús nos dará lecciones de cómo abandonarnos a él, de cómo deberíamos creer más y mejor en su palabra. Sus palabras, son promesas salvadoras: “Yo soy la Resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”. Con esta declaración llena de esperanza de parte de Jesús, Marta hace una confesión de fe: “Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Mesías”. Hay una orden que sale de la boca de Dios: “lázaro, ven afuera”, va seguida del fruto de esa promesa: “El muerto salió, con los pies y las manos atados con vendas”. Mucha gente creyó en el Señor por las palabras que salieron de su boca, como confirmación de su acción salvadora. Él quiere redimirnos, desea que nuestra vida se torne siempre vivificante, llena de consuelo, de fuerza y ánimo en las pruebas de cada día, quiere consolarnos, desea quitarnos las vendas de nuestra vida para ver la Luz de cada día, para verle a Él. “¿Quién nos apartará del amor de Cristo?, ¿la aflicción?, ¿la muerte?” (Rom.8,35).

Podemos decirle con el corazón hoy a Jesús: TÚ ERES MI SALVACIÓN, SEÑOR; TÚ ERES MI ESPERANZA, SEÑOR; TÚ ERES MI CONSUELO, SEÑOR; TÚ ERES MI FORTALEZA, SEÑOR. AMÉN.

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