LA PUERTA DEL APRISCO Y EL DISCERNIMIENTO DE LOS PASTORES

Tradicionalmente, este cuarto domingo de Pascua es conocido como el Domingo del Buen Pastor, y la Iglesia nos pide que recemos por las vocaciones, las cuales surgen del pueblo de Dios para servir al pueblo de Dios. De allí, que la liturgia de este domingo nos invite a contemplar la figura de Jesús, el Buen Pastor, que sobre todo es así presentado por el capítulo 10 del evangelio de Juan. La grandeza del amor de Dios queda claramente reflejada en la concesión de esta gran misión de ser pastores “con el corazón de Jesús”, a hombres débiles y frágiles, pero que animados por una particular experiencia de Dios se convierten en acompañantes y guías para sus hermanos, el pueblo de Dios, en camino hacia el Reino de Dios. Esta necesidad nos obliga a atender la tarea de la promoción vocacional en la Iglesia como algo vital y en la que todos los miembros de la comunidad eclesial debemos tomar partido. Reflexionemos los textos de la liturgia dominical.

En la primera lectura, Pedro ya no es más el cobarde que negó a su Maestro; se ha dejado invadir y transformar por el Espíritu (este pasaje es la conclusión que el relato nos pone del discurso de Pedro después de la efusión del Espíritu Santo en la fiesta de pentecostés sobre los apóstoles) y propone a sus oyentes la fe en Cristo que les perdona sus pecados. ¿Acaso no hay hombre que no necesite esta gracia? Pero algo o alguien deben suscitárselo. He allí la importancia de la misión. Pedo termina conmoviendo a los presentes quiénes se ponen a disposición de los pasos a seguir al aceptar la fe en Cristo Jesús. La carta de Pedro lo refrenda y por eso da a conocer lo que hace realmente el pecado: nos confunde y nos termina por extraviar, como les pasó a quienes no supieron reconocer al Señor enviándolo a su padecimiento. El autor de esta carta neotestamentaria busca animar a sus hermanos que están sufriendo algún tipo de hostilidad por demostrar su fe en Cristo, y les invita a soportar con firmeza proponiéndoles el propio ejemplo del Cristo de la Pasión. Si él pudo consagrar ese sufrimiento para el gran objetivo que fue la salvación (“vivamos para la justicia”), ¿no podríamos soportar nuestros sufrimientos para alguna causa mayor? El ejemplo del pastor aplicado justamente a Jesús en el final del fragmento, ayuda a corroborar que necesitamos una guía para no andar descarriados, confundidos o tristes sino peregrinar convencidos de que incluso en los momentos de padecimiento podemos con nuestra paciencia y fortaleza ser signos de esperanza para los que nos rodean, como lo hizo el mismo Jesús por nosotros. Por eso Cristo es el único Pastor, que es capaz de confiar en sus hijos para continuar esta misión que él comenzó y que lo llevó a la entrega de su vida por todos los que estaban esclavizados por el pecado. La pasión por el Reino es lo que anima a diferentes hombres a consagrar su vida y consumirse por que el evangelio pueda trasformar más corazones en todo el mundo. Esta debería ser siempre la motivación de los que se consagran en el sacerdocio ministerial y debemos todos rezar para que ese sea el verdadero motor de su vida.

El evangelista Juan en este capítulo 10, presenta dos imágenes acerca del pastoreo, el del Buen Pastor, casi al final de su discurso, y el de la puerta del aprisco de las ovejas que es del que se va ocupar el evangelio de este domingo. Si atendemos a la figura de la puerta del aprisco tendríamos como necesidad identificar quiénes pasan por allí y quién es el encargado de dejarlos pasar. Las ovejas entran y salen al patio guiadas por alguien, y este puede ser el pastor, pero también un ladrón podría hacer de las suyas e intentar usurpar un lugar que no le corresponde para robar y hacer estragos. Por tanto, la tarea de las ovejas es saber discernir la voz del verdadero pastor y solo podrán distinguirlo si son capaces de reconocer que aquel, las llevará por la única puerta del aprisco porque las quiere sanas y salvas, llevándolas por buenos pastos y descanso. El ladrón puede fungir de pastor y puede confundirlas y conducirlas a un redil que no es sino la perdición para ellas. Es preciso por ello reconocer a Jesús como la puerta de las ovejas y alejarnos de las voces que pueden desorientarnos y perdernos. Este es el momento en que Jesús, apoyándose en una crítica del profeta Ezequiel (capítulo 36) denuncia la ceguera de los malos pastores que vinieron antes que él (y también de los que vendrán después de él), y que confrontó directamente en el capítulo 9 con aquellos líderes que no aceptaron la curación del ciego de nacimiento.

Sin duda, el llamado vocacional a la vida consagrada es una bendición, pero a su vez es una gran responsabilidad. Intentar seguir los pasos de Jesús muchas veces es una tarea que puede sobrepasar al candidato, pero si sabe distinguir muy bien que Cristo es la puerta del aprisco, entenderá que solo por su gracia uno puede perseverar en este camino, y en esta tarea, todos podemos ayudar, porque somos esas ovejas necesitadas de verdaderos pastores con el corazón del gran y único pastor que es Jesús. En esta perspectiva ayuda mucho el Salmo 23(22) que evoca en Dios la imagen del pastor preocupado de guiar y cuidar a sus ovejas, pero, además, estimula al pueblo de Israel a confiar en su protección, incluso cuando como aquella oveja que se pierde y puede llegar a lugares oscuros y peligrosos, pues sabe que su pastor irá a buscarla y salvarla. La figura del cayado y la hospitalidad de las últimas estrofas del salmo confirman que la misión de Dios es cuidar a los suyos. Sin duda, una joya de oración este salmo.

Estamos en la Jornada de Oración por las vocaciones sacerdotales; no solo cuestiones la debilidad de tus hermanos sacerdotes, esfuérzate en orar por ellos y ayudarles en su tarea, y así de seguro desaparecerán los malos pastores, “ladrones” según el texto, y abundarán, más bien, quienes sí quieran gastar su vida al servicio del Reino.

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