¡GRACIAS MARÍA!

La primera lectura tomada del segundo libro de Samuel nos presenta la promesa de Dios hecha sobre la casa de David, con la cual se justificó la monarquía como estructura de poder en Israel, y que, después del exilio, cobró gran importancia ante la expectativa del Mesías esperado en tiempos de Jesús. La buena intención de David de querer construir un “templo” para Dios, es la oportunidad para aclarar que Dios es el dueño de todo lo creado y sostiene toda su creación, por tanto, no puede quedarse encerrado en un lugar específico. Dios siempre estará al lado de su pueblo, y la garantía es que acompañará a su rey, si es que el rey se deja acompañar, sosteniendo así la dinastía davídica con lo cual es Dios quien promete “edificar” justamente la “Casa de David”, a quien sacó de los apriscos para convertirlo en el gran regente de Israel. Esto, como hemos dicho, será releído en tiempos postexílicos y fortaleció la idea de que sería un descendiente de David el Mesías esperado, lo que se confirmará por la relectura que hiciera tiempo después la comunidad cristiana de este pasaje en su aplicación a Jesús, el “Hijo de David” (posible tradición jerosolimitana). Obviamente, una clave de interpretación será la de la filiación del rey apoyado también en los Salmos 2 y 110, llamados salmos mesiánicos.

En la segunda lectura, nos encontramos con el final de la probable última edición de la carta a los Romanos. Es una doxología (alabanza con posible causa litúrgica-celebrativa) que busca subrayar la autenticidad del evangelio anunciado por Pablo entendido como un misterio insondable revelado por la gracia de Dios en sintonía con el cumplimiento de la Escritura (sobre todo, los escritos proféticos, libros muy utilizados por la comunidad cristiana) y abierto a todas las naciones (estilo apocalíptico). Todo un resumen de la actividad misionera de Pablo hecha alabanza.

En el evangelio, una vez más escucharemos el relato de la anunciación del ángel Gabriel a María, que busca, recogiendo desde esta forma literaria de las “anunciaciones”, como en muchas páginas de la Biblia, subrayar el cumplimiento de los designios de Dios en la historia y cómo se vale de la libertad y humildad de sus elegidos, como María, para asumir la tarea encomendada, en este caso, ser la Madre del Hijo de Dios. Dios quiere derramar su gracia sobre los hombres necesitados de salvación y, para ello, se propone colmar de gracia a quien se convertirá en la depositaria de la acción eficaz del Espíritu, por quien concebirá a quien restaurará el trono de David por siempre, María. Las promesas del Antiguo Testamento llegan a su plenitud y se corrobora con lo acontecido en Isabel, su pariente, lo que motiva a la sencilla mujer de Nazaret a responder asertivamente a la misión revelada. Con esas maravillosas palabras: “He aquí la esclava del Señor…”, queda dispuesto el corazón y el seno de María para llevar adelante el misterio escondido por todos los siglos.

Hoy toca agradecer a María, su sí, su libertad, su humildad, su servicio. Dios ha hablado en la historia de la humanidad y jamás abandonará a la humanidad que tantas veces se halla perdida queriendo trazar sus propios designios. Dios nos quiere como hijos y ha hecho su promesa de permanecer siempre con su pueblo. Hoy, no solo nos podemos unir al salmista sino a la tradición paulina con esta doxología final de la carta a los romanos. Dios ya tiene los suyos propuestos para la humanidad, ¿qué esperamos que no los acogemos? Dejemos de lado nuestras seguridades particulares y abrámonos a la alianza que nos ha traído

con Jesús, su Hijo, y de la mano de María, su Madre, y cantemos unánimes con el salmista: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”.

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