Queridos amigos

El evangelio de hoy (Mt 25, 31-46), está puesto como bisagra entre dos años litúrgicos: el 2017, que termina en este domingo 26, y el 2018, que empieza el domingo 3 de diciembre, con el Adviento. Escatológicamente, el evangelio nos habla del final de los tiempos, con el Juicio Final. Cuando Jesucristo venga en su gloria, con todos sus ángeles, y se siente en su trono para juzgar a los hombres. La liturgia ve y celebra todo esto como la Fiesta de Cristo Rey. Cuando Jesucristo Rey por derecho, ascendencia davídica y conquista, haga efectivo su Reino en el cielo nuevo y lo dé en herencia a quienes hayan merecido la vida eterna.

Hurras, palmas y felicitaciones es lo que cabe hacer en la Fiesta de Cristo Rey, que hoy celebramos. Se lo merece el Señor, por la clase de Rey que fue y es y por la clase de Reino y de Reinado que llevó a cabo. Le costó la vida ir contracorriente y hacer entender que un rey  -y aún más -,  el Rey esperado y ungido (el Mesías), había venido a servir y no a ser servido, y que tenía que ser humilde, afable y amigo de los pobres.  ¿Aprenderemos alguna vez esta lección?

Lo grande y maravilloso para nosotros es que, desde el bautismo, somos reyes con el Rey y reyes en su Reino, no sólo servidores y ciudadanos. Y tenemos una misión concreta y envidiable: la de instaurar en Cristo todas las cosas  (leyes, estructuras, instituciones, trabajos, hombres y mujeres, gozos y esperanzas…), para que Él y hasta que Él reine efectivamente en todo. El Reino de Dios ya es, pero todavía no. Por eso pedimos que venga a nosotros Su Reino y trabajamos por hacer realidad aquí abajo lo que allí ya es: comunión en el amor, paz y libertad, dicha y gloria para siempre. La tarea es de todos, pero especialmente de los laicos cristianos a quienes corresponde vivir y trabajar en el mundo.

Lo lograremos si antes establecemos ese Reino de Dios en nosotros mismos, lo que supone esfuerzo, espíritu de lucha, dominio de uno mismo y control ante las personas y las circunstancias que nos rodean. Afortunadamente estar con Jesucristo Rey, haber sido bautizado en su nombre, conlleva algo inaudito: una participación en su naturaleza y condición de Rey, también en el ser dueños de nosotros mismos, es decir, en tenerlo todo bajo control. Secundando este don con nuestro empeño nos será más fácil ser reyes y dueños de nosotros mismos así como regir nuestras vidas. Entonces podremos ser guías y líderes para los demás y construir juntos el Reino de Dios. Recordemos siempre que, en su Reino, servir es reinar.

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