La parábola de los talentos, que nos presenta el evangelio de este domingo, contiene diversas aplicaciones para nuestra vida cristiana. Nos invita a crecer en una vigilancia activa, a no dejarnos adormilar por la pereza, por la rutina o por la comodidad. ¿Nos hemos parado a pensar la cantidad de “talentos” (virtudes o cualidades”) que tenemos? ¿Los aprovechamos al máximo o, por el contrario, perdemos las oportunidades que la vida nos brinda para rendir al máximo lo que somos y tenemos?. ¿Somos buenos administradores de los bienes recibidos? ¿Los hacemos rendir a favor de los demás?. El Señor reparte dones y espera frutos siempre en beneficio de los demás porque no somos dueños sino administradores de la gracia y cualidades que el Señor nos otorga. No exige frutos iguales para todos porque tampoco los dones recibidos han sido los mismos pero sí exige a todos la misma laboriosidad, la misma dedicación y el mismo esfuerzo porque el Reino de Dios no es para los ociosos, conformistas o perezosos. El Señor ha puesto en nuestra vida inteligencia para pensar, corazón para amar, bienes materiales para trabajarlos, hacerlos rendir y disfrutarlos. No podemos dejarlos escondidos en lo más hondo de nuestro ser sin que produzcan frutos; por el contrario deben mejorar nuestra propia condición personal y ayudar a los demás en su propio proceso de su respuesta en la fe. ¡Cuántas oportunidades nos brinda la vida para demostrar nuestra exigencia y compromiso y, sin embargo, absorbidos por nuestra propia mediocridad no somos capaces de rendir al máximo! ¡Cómo nos admira aquellas personas que, desde la pequeñez o grandeza de sus propias intuiciones y virtudes, son capaces de progresar, de entender la vida en afán de superación y no conformarse con lo que hacen!.

La vida es como un gran teatro. A algunas personas les toca representar papeles de protagonista, a otras de actores secundarios. Lo importan del gran drama del mundo no es qué función hacemos dentro de él sino entender que el que hemos elegido lo cumplamos con rigor. Al consumir las etapas de la vida que tengamos la sensación del deber cumplido, de la seriedad de respuesta positiva a nuestras propias responsabilidades

Damos gracias en el día de hoy por tantas personas que desinteresadamente, con humildad, “desgastan” su vida y distribuyen “sus talentos” por la causa del Reino, por construir un mundo donde florezca el amor, la justicia, y la paz. En la Eucaristía recibimos el don de Dios, el pan de los fuertes, que nos da la fuerza necesaria para hacer de nuestra vida una ofrenda permanente de servicio a favor de los hombres.

Será el mejor y mayor fruto que podamos presentar a Dios desde nuestra sencillez y pobreza.

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