Queridos amigos

Estamos a dos semanas del final del Año Litúrgico y el evangelio, haciéndose eco de ese final, anuncia el fin de Jerusalem y el fin del mundo (Mc 13, 24-32). Uno diría que el evangelio es apocalíptico, pero no. Ni la intención de Jesús ni el cuerpo de su discurso son apocalípticos; a lo más son escatológicos, es decir, que nos abren a la esperanza, a Jesucristo Triunfador y Juez de vivos y muertos, y a un mundo nuevo, inédito y maravilloso, regalo de Dios para los suyos. Lo que en definitiva cuenta y debe importarnos en este evangelio no es lo que se nos va sino lo que se nos viene.

¿Qué es lo que se nos viene y cuándo vendrá? Son dos preguntas inquietantes, en especial para quienes no creyeron ni esperaron en y al Señor. Para los elegidos, en cambio, son de positiva y gozosa expectativa, pues los ángeles de Dios bajarán con el Señor a recogerlos y reunirlos para la gloria. Su alegría será enorme, -compensatoria con creces por cuanto padecieron-, pero será enorme la tristeza y la desesperación de cuantos, por mil motivos y excusas, se rehusaron a creer (agnósticos, ateos, renegados) o con su vida contradijeron su fe (corruptos, escandalizadores, narcotraficantes, etc.). ¡Así que era cierto…! dirán refiriéndose a Dios en Jesucristo, ¡Y nosotros que los considerábamos rémora y escoria de la sociedad!, dirán refiriéndose a los elegidos.

¿Cuándo será todo esto? Sólo el Padre lo sabe. Ni Jesús (en cuanto hombre) dice saberlo; (aun así no faltan por ahí visionarios y grupos religiosos como el de los Adventistas, que cada cierto tiempo vaticinan y anuncian con pelos y señales la fecha del fin del mudo. El cielo y la tierra pasarán, dice el Señor, pero mis palabras no pasarán, es decir, se cumplirá todo lo susodicho y se cumplirá cuanto se dice en la Escritura. Por ejemplo, el cielo y la tierra actuales ya consumados, darán paso a un nuevo cielo y una nueva tierra (Ap 21,1), una nueva creación para los elegidos. Ciertamente las palabras del Señor son poderosas y no vuelven a Él vacías (Is. 55,11).

La parábola de la higuera, que Jesús nos cuenta (Mc 13.28+) nos enseña a verlo todo como señal y aviso, como “signo de los tiempos”. Y nos pide repetidamente saber leerlos y aplicárnoslos (Lc 12, 54-56). Y hasta nos reprende por no saber actuar en consecuencia. La contaminación ambiental y el cambio climático de nuestros días, por ejemplo, nos piden a gritos cuidar el medioambiente y trabajar por un cambio ecológico. ¿Alguna vez los países del mundo se comprometerán de verdad con las resoluciones de las Conferencias ONU sobre el cambio climático? ¿O con las enseñanzas del Papa Francisco en su hermosa Carta Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común…?

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