DIO TODO LO QUE TENÍA PARA VIVIR

 

Los estados de vida más tristes y lamentables en la sociedad judía y mediterránea eran los pobres, los huérfanos, las viudas y los extranjeros residentes. Eran signos manifiestos del castigo divino y vivían de las dádivas que podían recibir de parte de las limosnas del Templo y de la generosidad de la gente. Si bien es cierto, el pueblo judío estaba obligado a atender sus necesidades con las que podían sostenerse al menos en lo mínimo (estaba prescrito en la Ley), el estigma de esta situación los ponía ante la sociedad como los “desdichados de Dios”. Sutilmente, la Escritura reivindica a estos personajes convirtiéndoles en los privilegiados de Dios, suscitándose una nueva concepción teológica acerca de la realidad de lo que se entendía por pecadores.

El profeta Elías, en su huida de la cólera del rey Ajab y de la reina Jezabel, llega a un territorio pagano y se echa a descansar luego de un largo periplo. Al pedir un vaso de agua a aquella viuda que recogía su leña, encuentra una respuesta positiva de aquella, animándose a algo más: le pide que pueda alcanzar un trozo de pan. Obviamente, Elías no sabía que era viuda, y esa mujer pronto le revela su real situación. Esto en vez de retraerlo, provoca en Elías una profecía: que podrá hacer las tortas de pan para ella, su hijo y para él mismo, pues tanto la harina como el aceite no se acabarán. La disposición de la mujer extranjera es meritoria, pues obedece y cree en el mensaje del profeta, y así pudo sobrevivir por su abierta generosidad y confianza en la providencia del Dios del profeta. Esta mujer a pesar de ser extranjera, luchó contra su desdicha y creyó en que Dios podía mirarle con favor por medio de su profeta.

En la segunda lectura el autor de la carta a los hebreos llega al momento culmen de su exhortación. Pone como referencia para la afirmación del sumo sacerdocio de Cristo la celebración judía del Día de la Expiación (Yom kippur), en cuya fiesta, el sumo sacerdote entraba por única vez al Santo de los Santos (lugar más sagrado del Templo de Jerusalén) para pedir perdón por sus pecados y los del pueblo. En contraste, Cristo entró al santuario celestial una sola vez por medio de su único sacrificio, considerándolo, así como la ofrenda más eficaz lograda para el perdón de los pecados de los hombres, abriéndoles el acceso al santuario celestial, cuando venga a juzgar y a salvar.

En el evangelio escucharemos el último acto previo al discurso escatológico de Jesús anunciando la destrucción del Templo de Jerusalén, que nos propone el evangelista Marcos. Nuevamente, dos situaciones antagónicas se presentan como ejemplificación: por un lado, los escribas, (muchos de ellos formaban parte de los sacerdotes y levitas del Templo), reconocidos por el pueblo por su estatus religioso y jurídico, pero que son denunciados aquí porque algunos, aprovechándose de tal estima, cometían incoherencias que contrastaban con el ejercicio de su autoridad a favor de las propias viudas (cf. Dt 14,29; 16,14; 26,12); y por otro, una pobre mujer viuda que acercándose al “gazofilaceo” (lugar de las alcancías en forma de trompeta ubicadas en el patio de las mujeres) echó dos “leptones” (equivalente a un cuadrante) que eran las monedas de bronce de calderilla, la moneda romana de menor valor (nuestro denominado “sencillo”), lo que Jesús consideró un acto de mayor valía que las monedas numerosas echadas por los ricos. Se unen ambos relatos al modo de la sentencia clásica de los “dos caminos” y se contrastan irremediablemente las dos actitudes: la avaricia de los escribas y la generosidad de la mujer necesitada.

Para la concepción escatológica de Marcos, buscar los primeros puestos y demás actitudes de honor se contraponen a la visión del Cristo sufriente, abandonado y humillado. Aún más, la descripción de su actuar como “devoradores” de las propiedades de las viudas (muchos escribas emitían documentos con lo cual alguien podía apropiarse de lo poco que le quedaban a una viuda dejándola en la absoluta orfandad, puesto que nadie iba a salir en defensa de esta mujer) asolapándose en sus plegarias para que Dios les tenga misericordia ante la miseria de su vida, no hacen sino denunciar que no están cumpliendo lo mandado en la Ley, pues estaban destinados a cuidar justamente de aquellas, además de los pobres, huérfanos y extranjeros residentes, lo que les acarrearía la condena divina.

Esto lleva a una conclusión: la historización de una posible parábola que intenta resaltar aún más este contraste que es lo que cuenta Jesús de la ofrenda de la viuda pobre. Jesús Maestro (“sentado”) va dictar una enseñanza particular a sus discípulos. El centro de atención recae en la viuda y se acentúa la antítesis con los escribas y los ricos. Aquella mujer dio más, pero no en función de la cantidad sino por su intención sacrificial: “dio lo que tenía para vivir”. Es posible que al margen de aprovecharse este texto como una enseñanza acerca de la generosidad de los pobres y del verdadero sentido de ofrendar, está también la prefiguración de la “donación de la vida” del Mesías denunciando el sistema religioso de un Templo que estaba destinado a ser destruido (caída del Templo el año 70 d.C.) para edificar uno nuevo (comunidad escatológica) y la esperanza en las almas sencillas que son capaces junto al Mesías de ofrendar todo lo que tienen para alcanzar la vida verdadera y plena. Los pobres siempre tendrán a su lado gente generosa que los ayuden, pero ¡ay de aquellos que se aprovechan de los pobres! Este es un “ay” no para hablar de un Dios castigador, sino para despertar de su letargo a quienes han caído en la enfermedad de la deshumanización. ¡Es tiempo de reaccionar!

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