Llamados a servir

Solo Dios es nuestro Padre y nuestro Maestro. Solo Cristo es nuestro Guía. A él tenemos que amar y servir. A él y tenemos que obedecer. A Él tenemos que servir para que otros hermanos nuestros lo conozcan, lo amen y lo sigan. No busquemos nuestra gloria sino la gloria de Dios.

La fidelidad a la Palabra de Señor siempre será el termómetro que marcará el grado de sinceridad en nuestras relaciones con Dios y con los hombres. Nunca será la palabra que sale de nuestros labios, con una lección  aprendida, sino la misma vida que brota del corazón, como respuesta a la Palabra recibida, la que marcará la sinceridad de nuestra misma  palabra.

Cristo no quiere que su iglesia sea una comunidad en la que unos hablan y otros escuchan, unos mandan y otros obedecen, unos son amos y señores y otros siervos y esclavos, unos sabios y otros analfabetos, Cristo quiere una comunidad fraterna en la que todos y cada uno, siendo fieles a su carisma y siguiendo su vocación o su pueblo en comunidad, se pongan al servicio de todos para la construcción del Reino, siempre guiados por su Palabra y por el ejemplo de su vida.

El discípulo de Jesús, invitado a recorrer el mismo camino que su maestro, debe ejercer toda responsabilidad desde la escucha al Padre, desde la entrega a su voluntad y desde el servicio desinteresado a sus hermanos.

Si quieres ser el primero, ama como Dios. Si quieres ser el primero se servidor como Cristo. Si quieres ser el primero, vacíate de tu poder, de tus títulos, de “tu cátedra”, de tu autoridad, y ponte en las manos de Dios y sé su fiel servidor como lo fue Cristo “que vino a la tierra, despojándose de su divinidad, no para ser servido sino para servir y dar su vida por la  salvación de todos”.

Piensa que tus obras son más creíbles que tus palabras. Piensa que tu vida es más creíble que tus discursos. Piensa que tu corazón es capaz de crear fraternidad mucho más que todas las normas y leyes de los ilustres legisladores.

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