Antonio Elduayen Jiménez.

No hay persona que sea más que otra, nos enseña Jesús en el evangelio de hoy (Mt 23, 1-12). Y es bueno que lo tengamos presente para actuar en consecuencia. Para no dejarnos llevar por el materialismo que prioriza el tener (plata, fama, poder…) sobre el ser, que nos constituye en personas. En razón del ser, todos somos iguales. Iguales como seres humanos e iguales como cristianos. Nadie hay que sea más ser humano que otro ni más cristiano que otro. El hombre más curtido no es más hombre que el recién nacido o el recién concebido. El cristiano más connotado (el Papa) no es más cristiano que el recién bautizado o que tú y yo. Nos diferencian las circunstancias biológicas, sociales, culturales, etc.; los trabajos y las funciones que realizamos.

En una sociedad de personas, todo debiera conducir a que los ciudadanos fueran de verdad iguales ante la ley. En una comunidad de seguidores de Jesucristo, todo debiera conducir a que fueran de verdad iguales ante el evangelio. Ser maestro o padre o consejero, por poner los casos que en el evangelio puso Jesús (Mt 23, 8-10), no debiera servir para darse más importancia y tener más poder sobre los demás. Ni para medrar a costa de los otros. Llevar esos nombres (y otros parecidos) debiera servir para recordar que esas funciones vienen de Dios y que han de ser ejercidos según Dios.

Jesús menciona peyorativamente el caso de los maestros de la ley, fariseos y escribas (doctores), que han mancillado la Cátedra de Moisés, por no ajustarse a su enseñanza y por no practicarla, (no hacen lo que enseñan). Hoy y entre nosotros, los cristianos, habría que mencionar en su lugar, a teólogos, predicadores, catedráticos, legisladores, escritores…, que mancillan la cátedra de Jesús (y la de Pedro o magisterio de la iglesia). Enseñan lo que no es y no son coherentes con lo que enseñan, Ponen cargas pesadas en los hombros de la gente (mandatos y prohibiciones), de las que ellos se liberan.

En el mundo que Jesús nos propone, lo que prima es, debe ser, la convivencia amigable y fraterna. No deban nada a nadie sino es el amor mutuo (Ro 13, 8). La preocupación por los demás, en especial por los pequeños (los deficientes, los disminuidos, los carentes), es la única diferencia que admite el Señor: el primero entre ustedes sea el servidor de los demás. Y recuerden que quien así se humilla (se abaja) será engrandecido. Y, al contrario, quien se engrandezca a costa de los demás, será humillado (tenido en nada). Termino con el recorderis de Jesús: “todos ustedes son hermanos (Mt 23, 8).

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