Queridos hermanos, nos encaminamos a finalizar un tiempo lleno de gracia, un tiempo que nos permite ir poniendo en práctica las enseñanzas del Señor.

Me parece muy importante que no descuidemos en ningún momento la mirada que tenemos puesta en el Señor. Mirar al Señor, es mirar sus actitudes, es contemplar sus palabras y sus obras, porque él sí era  coherente con lo que decía y hacía. Esta puede ser la línea del evangelio de este domingo: mirar nuestra propia coherencia de vida. Este es el camino que nos conducirá a reflejar verdaderamente lo que el Señor desea que hagamos. Los actos pueden destruir lo que se predica con la palabra.

Queridos hermanos, quizás sea el mejor momento para ponernos a pensar en nuestra propia vida, es decir, cuán coherentes somos con lo que decimos y hacemos. Revisemos nuestras acciones, nuestras palabras, pensemos que muchas cosas que decimos pueden borrarse con tan solo un acto, destruiremos todo, completamente todo; lo construido en años, puede ser demolido en segundos.

Los grandes consejeros de la elocuencia barata y mediocre construyen sus actos en arena, con palabras que se llevan el viento. Nuestras palabras deben quedar grabadas en piedra, porque el tiempo será testigo de lo que verdaderamente fuimos. La crítica que hace el Señor, justamente está en el sinsentido de hacer las cosas, mandar por mandar, cumplir por cumplir, hacer por hacer. Estas meras inconsistencias se desploman como la vida de los fariseos que simplemente, hacen las cosas, para que el resto los vean como modelos, pero lamentablemente destacan por sus propias incoherencias.

Queridos hermanos, muchos han intentado ponerse en el lugar de grandes figuras bíblicas, de personajes que verdaderamente han tenido un rol importante en nuestra historia de salvación, pero no fueron capaces de mantener la dignidad hasta el final. Si verdaderamente queremos ponernos a dar pequeñas orientaciones, primero pongámonos a trabajar, para que con el ejemplo seamos luz de otros, porque muchas veces tendremos que caminar  considerando tres momentos: estar al inicio para no perder el norte, estar en medio para acompañar en los sufrimientos a los que el caminar les hace pesado, y estar al final para animar y empujar cuando se piensa que no tiene sentido seguir en marcha.

Creo que el mejor compromiso que debemos poner en práctica esta semana es la conclusión del evangelio: quien se alaba será humillado y quien se humilla será alabado. Sigamos pues siendo testigos del reto que nos pone el Señor cada día.

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