AMAR A DIOS Y AMAR AL PRÓJIMO, BINOMIO PERFECTO PARA VIVIR BIEN LA FE

Hoy tú, yo y todos somos testigos que muchas veces se violenta la dignidad humana. Cuánta gente se siente y vive maltratada en todos los sentidos, es explotada, no se le da a mucha gente la oportunidad de vivir de una manera digna, los sueldos en muchos trabajos son injustos, se vive una “cultura del descarte” como advierte el Papa actual; hay gente que ya no cuenta para nada en los centros de estudio o de trabajo, etc.

¿Cómo te sientes cuando alguien te maltrata? ¿Te desanima y te indigna esa actitud? La respuesta es obvia. Muchos pudieran decir: “duele más cómo te traten que darte un golpe físico”. Para este tipo de personas, que lo único que hacen es denigrar la dignidad de la persona, escuchemos a Dios que nos habla en el libro del éxodo cuando dice: “No oprimirás ni vejarás al forastero…No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque si los explotas y ellos gritan a mí, Yo los escucharé” (Ex.22,20-26). Es muy fácil, queridos hermanos todos, decir que amo a Dios y de pronto no se nota en mi diario vivir, en mis relaciones con los demás; eso es vivir en la mentira, eso no es ser coherente con lo que uno cree o predica.

Un grito siempre es escuchado por Dios, por más sencillo que pudiera parecer, y por más cruda que sea la realidad que se esté viviendo. Él nunca abandona a sus hijos pobres, porque los ama y los prefiere grandemente. El creyente está llamado a expresar su amor a Dios, confiando siempre en Él, aún a pesar de las pruebas de cada día.

El amor de Dios debe ser siempre anunciado en todo momento y lugar. Es más, no podemos quedarnos callados ante tanta gente que está hambrienta y sedienta de Dios, aunque hayan personas o algunas instituciones que quieran silenciar la voz de Dios en la Iglesia o prohibir que esta actúe en nombre de Dios. Cuando a la gente se le predica la palabra de Dios, se vive en apertura constante a su gracia, siempre esto dará mucho fruto. Y eso se llama misión. Eso rescata Pablo en su comunidad de Tesalónica, que la mira como comunidad crecida en la fe ya que se dejó llevar por el Espíritu de Dios, y fue capaz de dejar todo lo malo para volverse para Dios: “Ustedes siguieron nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra…con la alegría del Espíritu Santo…abandonando los ídolos, se volvieron a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1Tes.1,5c-10). Hoy necesitamos con urgencia, modelos de fe y de amor de Dios.

Amor a Dios y amor al prójimo, binomio “perfecto” para vivir bien nuestra fe. Es la lección grande que podemos sacar del evangelio de hoy, aunque ya muy sabida y poco vivida (Mt.22,34-40). Dios siempre debe ser el centro de mi vida, de la familia, del ministerio recibido, del hogar. Pero eso es y debe ser traducido en la vivencia del amor fraterno entre todos. ¿Cuesta amar? Claro que sí. Pero esto se hace llevadero cuando aceptamos el reto de Jesús de amarle en el prójimo. Algunos peligros que hay que tener en cuenta para no caer en ellos, en la vivencia del amor a Dios y al prójimo: si todo el tiempo digo que amo a Dios y desprecio a los demás o no me interesa saber de ellos, mi fe se vuelve en puramente intimista. Si digo que amo a los demás, que soy capaz de tener “el don de gente”, y no soy capaz de abrirme a la gracia de Dios, o de prescindir de Él siempre (de sus mandamientos y sacramentos), entonces nada tiene sentido. Es triste caminar sin Dios, vivir sin Dios, estar sin Dios y morir sin Dios. Asumamos el reto de amar a Dios, y amar a los demás, que Dios debe ser siempre el centro de mi vida sin olvidar que Él me pide que trate con amor a los demás, a pesar de las diferencias.

¿Acepto ese reto de vivir amando a Dios y amando a los demás?

Amar a Dios y amar al prójimo es el binomio perfecto para vivir bien la fe cada día.

Dios, que nos ama mucho, espera mucho de nosotros y de ti también.

Con mi bendición.

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